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Mostrando entradas de agosto, 2009

NOCHE DE SABADO

En el parabrisas se estrellan las primeras gotas; en el techo se escuchan caer, grandes y pesadas: se desata la lluvia. Escucha el rodar de los automóviles sobre el pavimento mojado, bajo la luz de los postes ve caer la lluvia como en acción retardada; los cristales empiezan a empañarse. Agustín se acerca corriendo al automóvil bajo la lluvia, abre la portezuela salpicando a Cristina. ― El teléfono estaba muy lejos. –se disculpa, Cristina sacude su sweater. ― Ya viene mi papá en camino, ¡ah como esta lejos el teléfono! ― Sí, ya te entendí. – Replica Cristina en tono molesto. La pareja permanece en silencio, viendo pasar las luces de los automóviles por la avenida. Agustín se estruja las manos mientras espera ayuda; por teléfono explico a su padre como el automóvil se detuvo sin causa aparente: esté prometió estar en el lugar lo antes posible. Nervioso, sin nada mejor que hacer, Agustín juguetea con los botones de su saco y con el nudo de su corbata. No puede dejar de pensar en lo bocho

AVATAR DE JAMES CAMERON, UN ADELANTO

Después del próximo estreno de la película de James Cameron el próximo 17 de Diciembre, se dirá de los que reseñamos el adelanto que 20 century fox nos regalo el 21 de Agosto que nos quedamos cortos o que hicimos el ridículo. Yo si me atrevo a dar un paso adelante y abogar por este proyecto. Antes que nada, la experiencia de una película pensada, diseñada y elaborada para ser vista en tercera dimensión es abrumadora; los primeros minutos de proyección, los referentes a un laboratorio, tenían tal carga de elementos visuales, nitidez, detalle y definición que bien podría uno pasar largos minutos examinando cada toma si uno las pudiera congelar. A continuación vimos algunas escenas de acción en una selva, con una fauna alienigena que bien podría remitirnos a un parque jurásico extraterrestre. En este punto la persecución entre los arboles, rocas y bambúes provoca una sensación de vértigo, pues todos las imagenes en la pantalla se mueven, no solo de un lado a otro, también de adelante haci

EL ULTIMO TREN

Osvaldo despertó en el vagón del metro. Se sorprendió de encontrarlo vacío, recordaba ir pestañeando en el asiento, rodeado de una multitud de pasajeros en la hora pico. Las paredes blancas del vagón le deslumbran, afuera en el túnel todo es oscuridad, solo se escucha el silbido del tren al viajar a gran velocidad y el traqueteo natural de los vagones. Mira en su muñeca preguntándose por la hora, descubre su reloj parado a las doce. Necesita una respuesta a tan confusa situación, necesita bajar, quizá algún guardia pueda aclararle que le paso. El tren frena, va entrando en una estación, no reconoce el nombre ni el color de la línea. Se para en la puerta, listo para bajar. Pero descubre que no viajaba solo, alguien dormía en un asiento del otro lado del vagón. Se despierta alterado, mira a su rededor y se levanta corriendo, sale justo cuando suena el timbre y las puertas se cierran. El tren reanuda su marcha y dentro de este Osvaldo, pasmado, mira pasar la estación, después de verse a s

SALVOCONDUCTO

El pequeño Volkswagen sedan viaja por la maltrecha y solitaria carretera. ― Ya vamos a llegar, ten a la vista el niño. ― le indica el conductor a su mujer. Ella carga con delicadeza el pequeño bulto envuelto en cobijas que descansa en el asiento trasero. ― Nene, despierta cielo, nene. El automóvil se detiene a pocos metros del puesto militar. Un soldado con mascarilla antigases permanece frente a la barrera. ―Buenos días señor. ― dice el conductor saliendo de su vehículo. ― ¿Podría dejarnos pasar? Tenemos un salvoconducto. Una fuerte ráfaga de viento levanta nubes de polvo; casi arranca de su mano el papel que sostiene. El soldado dice algo, pero por el vendaval no se alcanza a oír. ― ¿Cómo dijo? ― El hombre se acerca a la barrera. ― Den vuelta y regresen por donde venían. ― Repite el soldado glacialmente. ― Espere, traemos un papel, esta firmado por... ― No hay salvoconductos. ― Oiga, necesitamos salir, no vamos muy lejos, solo hasta... ― Nadie puede salir, hasta que el experimento co

Talleres Literarios

(Foto: Escalera de la Casa de la Primera Imprenta de America) El escritor muy joven, deseoso de mostrar el logro de un cuento o poema recurre a sus padres, amigos o maestros para que lo lean y le brinden una opinión. Alguno de ellos después de leer el texto y decir que le gusta pero no le entiende (formula de probada efectividad para no comprometerse con una opinión), le dirá al aspirante a escritor: “Deberías ir a un taller”. Es muy probable que el primer pensamiento del joven sea: ¿Qué tienen que ver los automóviles con lo que escribo? Admitamos que la acepción mas comúnmente aceptada de la palabra taller, la cual se refiere a un establecimiento donde se fabrican o reparan bienes de consumo, hace que resulte un tanto excéntrico referirse con ella también al lugar donde se aprende a escribir. Taller también es una técnica pedagógica que combina la teoría y la practica en el proceso de enseñanza-aprendizaje; esta es la acepción de la palabra a la que nos referíamos, pero más aún me gu