Me llamo Juan, mi problema se llama síndrome de Copelia, o dependencia del sustituto. Siempre he tenido problemas para socializarme, antes no pensaba que fuera importante, me dediqué por años únicamente a mi trabajo. Hasta que se presentó la oportunidad de un proyecto fascinante que me obligo a trabajar en una región remota durante dos años, durante los cuales tuve mínimo contacto con la civilización.
Me angustiaba vivir en soledad durante tanto tiempo; por eso cuando leí sobre esas muñecas, perfectas en todos los detalles, de inmediato ordené una.
La lleve conmigo hasta la cabaña, compré un colector solar para recargar las baterías y no tener problemas con la falta de electricidad.
Ella... perdón, ¿Puedo llamarla ella? Bueno, ella me intimidó al principio, era tan perfecta que me ruborizaba cuando me veía; tan humana que tardamos muchos días en acercarnos. Fue maravilloso, cómo me fue seduciendo, poco a poco, hasta que lo hicimos, sobre la mesa de la cocina.
Fue estupendo, día tras día, en las mañanas y en las noches; tenia una variedad de opciones y un repertorio de posiciones para todos los gustos, podía actuar como vampiresa, o como lolita, o masoquista. Bueno, el proyecto se retrazó por varios meses, pero a fin de cuentas terminó, y regresé, ansioso por salir con mujeres de verdad.
La practica con mi muñeca me dio facilidad en el trato con las mujeres; pero a la hora de la cama algo pasó, ¡No podía hacerlo!
La piel de verdad no tiene la misma textura, ni huele igual, extrañaba el preciso movimiento del mecanismo en su interior: es algo así como el tic-tac del reloj. Además las mujeres son tan caprichosas. Mónica, Alejandra... ah, perdón por decir nombres. Fracasé con todas ellas, y siempre regresaba con la muñeca, se ha convertido en una obsesión, ni con fuerza de voluntad puedo dejarla, me siento amarrado a ella y no sé como dejarla.
― Muy bien, gracias Juan, puedes sentarte, ahora José: cuéntanos tu problema.
― Sí, este..., me llamo José... y soy Mecano filio, y...
Me angustiaba vivir en soledad durante tanto tiempo; por eso cuando leí sobre esas muñecas, perfectas en todos los detalles, de inmediato ordené una.
La lleve conmigo hasta la cabaña, compré un colector solar para recargar las baterías y no tener problemas con la falta de electricidad.
Ella... perdón, ¿Puedo llamarla ella? Bueno, ella me intimidó al principio, era tan perfecta que me ruborizaba cuando me veía; tan humana que tardamos muchos días en acercarnos. Fue maravilloso, cómo me fue seduciendo, poco a poco, hasta que lo hicimos, sobre la mesa de la cocina.
Fue estupendo, día tras día, en las mañanas y en las noches; tenia una variedad de opciones y un repertorio de posiciones para todos los gustos, podía actuar como vampiresa, o como lolita, o masoquista. Bueno, el proyecto se retrazó por varios meses, pero a fin de cuentas terminó, y regresé, ansioso por salir con mujeres de verdad.
La practica con mi muñeca me dio facilidad en el trato con las mujeres; pero a la hora de la cama algo pasó, ¡No podía hacerlo!
La piel de verdad no tiene la misma textura, ni huele igual, extrañaba el preciso movimiento del mecanismo en su interior: es algo así como el tic-tac del reloj. Además las mujeres son tan caprichosas. Mónica, Alejandra... ah, perdón por decir nombres. Fracasé con todas ellas, y siempre regresaba con la muñeca, se ha convertido en una obsesión, ni con fuerza de voluntad puedo dejarla, me siento amarrado a ella y no sé como dejarla.
― Muy bien, gracias Juan, puedes sentarte, ahora José: cuéntanos tu problema.
― Sí, este..., me llamo José... y soy Mecano filio, y...
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