En la oficina el día trascurre con la placidez de siempre; los empleados trabajan o fingen que trabajan, esperando que el reloj marque las seis.
Raúl atiende sus tareas, pero desde el medio día no se
le ve tranquilo. Marca una y otra vez su
teléfono celular y espera ansioso que Eva le conteste.
Pero una grabación le contesta: el número que usted
marco se encuentra temporalmente fuera de servicio.
Incapaz de concentrarse, Raúl deja su escritorio y
camina por entre los cubículos, pensando obsesivamente en lo que estará
haciendo Eva. Durante la hora del almuerzo se la pasa marcando el teléfono una
y otra vez; por el radio se entera de la falla general de los servicios de
telefonía celular en gran parte de la ciudad, lo que no lo tranquiliza en
absoluto; piensa que esta es la oportunidad para que Eva haga algo. El mismo se
pregunta ¿Qué puede ella hacer? Teme responderse.
Decide no regresar al trabajo; sale a la calle a
enfrentar un viernes de quincena y una ciudad desquiciada.
Llega a casa horas después; sube los cinco pisos del
edificio con un solo pensamiento en mente. Con ansiedad mete la llave a la
cerradura y entra al departamento.
Encuentra a Eva; sentada en su silla de ruedas y con
el teléfono celular en la mano.
― ¿Qué te pasa pendejo? Te estuve llamando todo el día
y no me contestas ¿Dónde estabas? ¿Con quien andabas? ¿Por qué no llamaste?
― Perdón amorcito, trate de hablarte, en serio, pero
no se pudo.
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