Comenta un parroquiano con otro, sentados en una mesa del Restaurante.
El Hombre Gris lo escucha desde
su lugar en la barra del Bar.
Se sonríe para sus adentros; que ironía que precisamente ellos digan eso, que es tan cierto.
-Ya no hay lugares como este,- prosigue, - donde puedes tomarte una
copa tranquilamente por unos cuantos pesos.
El Hombre Gris da un trago a su cerveza y mira a su rededor. Mira las
pequeñas mesas de madera y la gente sentada alrededor de ellas, empleados, burócratas
en su tiempo libre, alguno que otro borracho, unas pocas mujeres bien
acompañadas.
Mira las paredes descoloridas, decoradas con cuadros de todos tamaños,
paisajes, retratos, y desnudos, la mayoría bastante mediocres.
Por la puerta de la calle se cuela la segadora luz del sol, y el
continuo movimiento de sombras adivina el intenso paso de vehículos y peatones
por la avenida.
Frente a él esta un largo espejo de bordes ornamentados, rodeado de
vasos, copas y botellas de diversos licores. En el espejo se ve a si mismo, y
aparta la mirada.
Una rocola en la esquina emite una melancólica canción de indefinible
estilo, no logra reconocer el grupo que la toca, pero contribuye a mantener ese
ambiente de placidez y somnolencia.
La mesera pasa frente a él, pregunta.
- Ya esta mi orden?. La joven se
detiene y hace un esfuerzo por recordar, no es muy bella, ni parece
inteligente.
- ¿ Huevos con tocino?, en un momento esta.
Desaparece tras la cortina que oculta una ruidosa cocina.
- Hoy me dejo mi mujer.- Dice el tipo de junto como si hubieran estado
platicando antes.
- Metió sus cosas en una maleta y se subió a un taxi. Antes de irse fue
a decirme que no iba a volver. ¡Como si yo fuera a rogarle que se quedara!.
Creo que la maldita se robo mis relojes.
- Es una lastima. Responde el Hombre Gris.
- ¿Has estado casado?.
- No.
- No te lo recomiendo.- dice el tipo mirando intensamente a una pareja
que se besa en otra mesa. - No soportaba su voz chillona cuando se ponía a
regañarme, como si ella fuera tan perfecta. Pero ahora, por fin, se ha ido.
- Brindo por ello. replica el Hombre Gris.
- Salud-. Chocan sus tarros y beben, pero un momento después al
parroquiano se le escapan unas lagrimas, baja la cabeza sobre sus brazos y se
le escucha llorar desconsolado.
El Hombre Gris continua bebiendo su cerveza desentendiéndose de su
compañero en la barra.
Unas gotas de cerveza espumosa se le escurren del tarro y caen sobre su
uniforme gris.
En unos segundos la mancha desaparece sola.
La canción de la rocola se acerca a su final, los melodía sostiene una
nota alta que poco a poco va desvaneciéndose. La mesera regresa con un plato en
la mano; el hombre de junto se enjuaga las lagrimas y vuelve a voltear hacía la
pareja amorosa, que nuevamente acercan sus rostros a un inminente beso.
Cada movimiento va deteniéndose, no abruptamente, paulatinamente, como
el final de la canción. Cuando por fin la música termina, el silencio es total.
Dentro y fuera del restaurante, todo se ha detenido.
El Hombre Gris da otro trago a su cerveza, pero ha perdido el sabor,
detesta eso.

El Hombre Gris sacude la rocola y por ultimo le da una patada, ni
siquiera le devolvió su moneda.
Frustrado, el Hombre Gris camina con decisión al lado contrario del
restaurante.
Parado frente a ella, la pared del fondo del restaurante se eleva con
el sonido de pistones neumáticos. El
Hombre Gris sale del restaurante rumbo a un oscuro y frio pasillo metálico cuyo
final no se alcanza a ver.
En el camino se cruza con otro hombre vestido con un mono de color gris
con la misma austera expresión en el rostro. Este otro Hombre Gris entra al
restaurant por la puerta neumática.
Coloca una moneda en la rocola y con un experto golpe en la parte
indicada de la máquina, una nueva canción empieza a sonar.
El Hombre Gris se sienta en una de las mesas mientras la vida se
reanuda en el restaurante.
La mesera llega hasta el lugar vacio en la barra con un humeante plato
con huevos estrellados y tocino. Voltea a un lado y a otro, le pregunta al
hombre de junto.
- ¿No vio a donde se fue el señor?.
- Aquí estaba hace un momento.
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