Exactamente a veinticinco años de separarse, se reúnen
los egresados de la generación 80-83 de la secundaría técnica numero 31. Ese último día de clases se hizo la apuesta:
En la reunión acordada para Junio de 2008 cada uno de los firmantes se comprometía
a aportar un millón de pesos y aquel que demostrara haber logrado la mayor
fortuna sería el acreedor de la bolsa.
Veinte firmaron, comprometiéndose a reunirse el día
citado; a la media noche del día treinta, solo cuatro se presentaron en el
salón de un hotel reservado para tal ocasión.
Por acuerdo de los asistentes se ajustó la cantidad
para apostar en cien mil pesos. Así que en la pecera que colocaron sobre la
mesa hay la cantidad de cuatrocientos mil pesos.
―Nadie más va a venir. ― Dice Javier mirando a su
reloj de oro. ― Empecemos.
A la mesa están Javier, Oscar, Sergio y Carlos; en ese
orden hablaran de sus meritos para merecer el premio.
― Bien, después de que salí de la secundaria estudie
dos semestres en la preparatoria; pero la deje para empezar a trabajar para el
S.N.T.D.R.M. Ahora soy sub-secretario de
acción política y presidente regional del Partido Conveniencia Nacional; Fui diputado local en la pasada legislatura y
estoy en precampaña para la diputación federal.
Lo que Javier no menciona es que durante años se
dedico a extorsionar empresas con emplazamientos a huelga del Sindicato de
Trabajadoras Domesticas de la República Mexicana, agrupación en la cual escalo
posiciones como naufrago: agarrado con las uñas y pateando a su alrededor.
― Pues yo estudie la carrera de Derecho ― Prosigue Oscar.
― Pertenezco a un prestigioso Buffet de abogados, del cual me he propuesto ser
socio. Tengo cinco casas, he viajado por
el mundo y creo sin dudas que soy el más
acaudalado de los cuatro.
Por supuesto Oscar evita decir que desde que estudiaba
en la facultad se dedica a la distribución de drogas en pequeña escala, que ha
estado dos veces bajo arresto y que ha salido gracias a costosos sobornos; que
le han cancelado su visa para viajar a los Estados Unidos y que los socios de
su buffet son tanto o más corruptos que él.
― En cambio yo he sido un empresario exitoso. ― Dice Sergio
en su turno. ― He tenido numerosos negocios que me han dado una considerable
fortuna; además a todas las mujeres las traigo muertas, y mi esposa es de una de las familias más ricas
de México.
Debe aclararse que la actual fortuna de Sergio le
pertenece a su esposa y que los negocios que emprendió en su momento se fueron
a la quiebra cuando sus clientes y proveedores fueron conociendo su tendencia a
endeudarse y no pagar sus obligaciones.
Por último le toca su turno a Carlos:
― Pues yo soy contador y he trabajado por casi quince años en una empresa de
comercio exterior. Hice mi patrimonio con trabajo duro, ahorro y alejado de los
vicios.
― Oye, ¿No acaso saliste de la cárcel apenas? ― Le interrumpe Oscar en tono burlón.
― Sí, a eso iba. Me acusaron por fraude y pase dos
años en el reclusorio norte; pero me acusaron injustamente.
― Eso dicen todos. ― Murmura Sergio provocando la
sonrisa de los otros.
― Bueno, como decía, estuve en la cárcel dos años y en
ese tiempo perdí casi todo el dinero que tenía, en abogados y en los pagos sin
fin dentro del reclusorio, no sé si lo saben, pero es un infierno allá adentro
y es mucho peor si no tienes dinero para las cosas más elementales, como el
papel higiénico ¿Se lo imaginan?
Con voz fanfarrona Javier declara:
― Entonces estamos de acuerdo en quien es el primer
eliminado ¿Verdad?
― Esperen aún no termino, ― replica Carlos; una
sonrisa se dibuja en su rostro. ― Estoy seguro que les interesara el resto de
la historia.
Sobre la mesa Carlos pone una manzana dorada: una
pieza de joyería de aproximadamente diez centímetros de diámetro, chapada en
oro, con dos hojas incrustadas en brillantes.
― En el reclusorio conocí a un reo, que a pesar de su
apariencia sencilla disfrutaba de algunas comodidades que unos cuantos podían
pagar: Una celda para el solo, muebles, comida decente, dos o tres reos que le
hacían encargos y cosas por el estilo.
Hice amistad con él porque prefería conversar con
quienes no éramos auténticos criminales.
Después de algún tiempo me confió su secreto: Pertenecía a la sociedad
de la Manzana Dorada, por eso gozaba de tantos privilegios, porque la sociedad
se encargaba de que nada le faltara mientras se encontrara recluido.
Esta es una sociedad, la cual ayuda a sus miembros en
la forma en la que lo necesite, a cambio
cada uno de ellos debe hacer un sacrificio cuando así le sea solicitado
por la sociedad.
― ¿En serio? ― Pregunta Oscar socarrón. ― ¿Entonces
porque estaba en la cárcel? ¿Qué acaso su sociedad secreta no podía pagar por
que lo sacaran?
― Justamente, él estaba allí porque así se lo pidió la
sociedad; fue culpado en el lugar de otro miembro, el acepto porque ese era el
sacrificio que se le exigió, y de buena gana lo asumió. Pero iba diciendo:
después de que me conoció bien y de enterarse de la injusticia que se cometió
conmigo, me dio una manzana de oro como esta, igual a la que le ofrecieron las
diosas griegas a Paris de Troya. Así me
convertí en miembro de la sociedad de la manzana dorada; en cuestión de días
pude salir del reclusorio, ahora el verdadero responsable del fraude ocupa mi
lugar. Yo no tengo una gran fortuna en
lo personal, pero con la ayuda de la sociedad puedo obtener lo que sea y en su
momento haré el sacrificio que se me pida. Pero mientras tanto, traje esta
manzana conmigo para dársela a uno de ustedes, él que más la necesite.
― ¡Ay no mames! ―Exclama Javier divertido. ― ¿A poco
crees que vamos a creer esas pendejadas?
― Si no crees, entonces no puedes ser miembro.
Carlos se cruza de brazos y permanece en silencio,
mirando a Javier. Incómodos, Oscar y Sergio se miran entre si, después voltean
a mirar a Javier, sin decir palabra.
― ¿Qué? ¿A poco quieren que me vaya?
Ninguno pronuncia palabra; Carlos mantiene su vista
fija y los brazos cruzados.
― Conque sí, ¿eh? Entonces me llevo mi dinero.
― La apuesta sigue en pie. ― Replica Oscar.
― Esta bien, pueden quedárselo. ― El rostro de Javier
se descompone por la humillación. ― Pueden quedarse con sus pendejadas. ―
Javier sale del salón y azota la puerta tras de él.
― Entonces quedamos nosotros dos. ― Dice Sergio
acomodándose en su sillón.
― Deberías darme la manzana Carlos. ― De improviso
dice Oscar sin ocultar su codicia. ― Yo soy el que necesita más ayuda, mi
profesión es muy peligrosa y tu sociedad seguramente me podrá proteger.
― No, Carlitos, escógeme. ― Suplica Sergio. ― Te juro que haré todo lo que me pidan.
― ¿Pero que tanto la necesitas?
― Yo la necesito más. ― Interrumpe Oscar. ― Hay gente
que me quiere hacer daño.
― A mí también, tengo un montón de enemigos.
― Pueden llegar a matarme, o hacerme algo peor.
― Me han amenazado.
― Vamos, Carlos, sabes que yo la necesito más, estoy
hasta el cuello de problemas que no puedo resolver, la gente con la que trato
no tienen nada de paciencia y en cualquier momento me pueden caer encima, no
seas gacho.
― Espera, me hace mucho más falta, en realidad yo no
tengo nada, el dinero es de mi vieja, y ya se harto, me va a pedir el divorcio;
me va a echar a la calle sin nada. Por favor, no vas a dejarme así, ¿verdad?
― Es tan difícil escoger que voy a dejarlo a la
suerte. ― Carlos saca una moneda y la lanza al aire.
― ¡Águila! ― Grita Oscar.
― ¡Sol! ― Exclama Sergio al ver la moneda sobre la
palma de Carlos. ― ¡Sí, a huevo!
― Entonces la manzana dorada es para ti Sergio.
Oscar se levanta de su sillón al tiempo que Sergio
toma la manzana entre sus manos.
― Felicidades, a los dos, creo que eso es todo,
¿verdad?
― ¿Sin resentimientos? ― Pregunta Carlos.
― Por supuesto. ― Oscar sonríe al decir: ― Después de
todo estoy seguro que seré miembro de su sociedad, ahora que sé que existe, la
próxima vez.
Se despiden y sale del Salón dejando a Carlos y Sergio
solos.
― ¿Entonces que cosa sigue? ― Pregunta Sergio, mirando
alternadamente a Carlos y su propio reflejo en la superficie de la manzana.
Carlos abre su portafolio; en él mete los billetes de
la pecera.
― Paciencia, discípulo, paciencia, todo a su debido
tiempo.
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