El silencio y la tranquilidad llegaron repentinamente sorprendiendo a Aristarco Mendiola más que la emboscada.
La AK-47 en el suelo, no muy lejos de la mano inerte, un charco de sangre espesa sobre la grava, el cuerpo tirado boca abajo. Aristarco ha perdido de repente el interés en lo que le rodea, no teme verse en el rostro que yace en el suelo, sin embargo se sabe incapaz de levantar el cuerpo, su ser no tiene fuerza, ni sustancia para hacerlo.
Un agujero oscuro se abre junto a la camioneta 4x4, el mundo material abre paso al más allá.
Siempre creyó este momento tan terrible y angustioso, pero se desarrolla en una paz subyugante. Aristarco Mendiola piensa en lo que deja atrás antes de dar el primer paso al escalón, se sonríe, pues nunca lo atraparon vivo.
El descenso por la escalera fue largo y cansado, serpenteando a través de una oscuridad absoluta, escuchando una música, los lamentos de aquellos apartados de la luz.
El sillón es cómodo, la sala luce limpia y bien iluminada, hay un gabinete con instrumentos, un austero escritorio, de las paredes cuelgan títulos, diplomas y fotografías de graduaciones. Regados por doquier se encuentran moldes dentales de las más diversas e inverosímiles formas.
El dentista aparece por una puerta lateral, regordete y bonachón, entra poniéndose una bata de manga corta color azul claro.
-¿Cómo ha estado?- saluda amablemente, - estamos listos para empezar.
De un archivero extrae una pequeña placa radiográfica que revisa a contraluz.
- Ya veo. Exclama sosteniendo la mica oscura frente a sus ojos.
- A ver, abra la boca, grandota.
Aristarco muestra su dentadura al médico, éste la examina con un espejo y un abate lenguas en las manos.
- Va a ser un trabajo largo y pesado, debió venir hace tiempo. Vamos a extraer las muelas y a ver si logramos salvar las demás piezas, necesita un puente, le enderezaremos los incisivos y haremos una limpieza a fondo, ¿de acuerdo?.
- Póngame anestesia doctor. El dentista se sonríe ante la petición de Aristarco.
- Mejor ni se preocupe de eso, creo que ya sabe de que se trata todo esto, ¿verdad?.
El tratamiento inició en ese momento, el taladro empezó a zumbar, perforando el esmalte, penetrando al interior del diente, destrozando inmisericorde el nervio.
- ¿Sabía usted? – pregunta el dentista a Aristarco, mientras este se retuerce en el sillón, incapaz de resistirse a la tortura.- ¿Qué el dolor de muelas puede llegar a ser más intenso que la amputación de un brazo?
El dentista muestra a su paciente las pavorosas tenazas antes de metérselas en la boca para hacer la extracción.
- ¿Se acuerda de aquel muchacho por el que no quisieron pagar el rescate? El que tenía diecisiete años, ¿fue el tercero o el cuarto que se echó al plato?, le manda saludos y sus mejores deseos.
Una muela se hace pedazos, sus raíces se calcificaron junto con el hueso, la extracción de cada una de ellas fue una operación por si misma. En cada paso el dentista le muestra la herramienta que utilizará: El tira-nervios, el excavador, el rompe muelas.
El proceso continuó sin descanso, a un ritmo que prolongaba e intensificaba el dolor hasta niveles insospechados de sufrimiento. Y el dentista seguía hablando, recordando los crímenes y las víctimas, innumerables, en el paso de Aristarco por el mundo de los vivos.
-... y aquella vez que golpeó a su madre.
- ¿mmm?, ¡mmh!
- Ya lo había olvidado, ahora se da cuenta que las cosas no se olvidan.
Dice el dentista mientras jala de un lado a otro uno de los últimos dientes para que se afloje.
- Todo se paga, tarde o temprano.
Aristarco siente el quebrar de los huesos, su boca sabe a diente quemado, siente el gusto metálico de las herramientas y su lengua se raspa con tanto fragmento dental que hay en su boca.
- Muy bien, enjuáguese y escupa, hemos terminado por ahora.
Aristarco se mira en un espejo, intenta sonreír, pero el tratamiento ha sido salvaje e inmisericorde, no queda más que un incisivo y un par de premolares, pero el tormento ha terminado, más rápido de lo que creyó.
Se va a levantar del sillón. En ese momento comienza el dolor, la boca se hincha con espasmos agónicos, todo el cráneo parece fragmentarse en mil pedazos para dar paso a la terrible transformación.
El dentista ya se lavaba las manos, voltea hacia atrás al escuchar el gemido de Aristarco Mendiola.
De las encías surgen entre sangre y líquidos putrefactos nuevos dientes, colmillos monstruosamente deformes, agolpados unos contra otros en una triple fila, dandole a Aristarco una apariencia bestial.
- No se espante, estas cosas suelen pasar, a ver, abra la boca, bien grandota.
El dentista revisa con mirada experta los nuevos brotes, y a continuación inicia los preparativos para la siguiente intervención.
- Así que se tenía sus secretos bien guardados, tendremos que revisar diente por diente.
Se inició la extracción, los dientes ahora están más firmemente plantados, con raíces tan profundas que parecen llegar al corazón y enredadas en sensibles nervios. Cuando sale el primero, con infinitos sufrimiento, surge de inmediato uno nuevo en su lugar.
- Ah, caramba, creo que aquí tiene un problema.
- ¿Cua´ plobema dotor?
- Bueno, en pocas palabras, creo que vamos a estar juntos por un buen tiempo.
La AK-47 en el suelo, no muy lejos de la mano inerte, un charco de sangre espesa sobre la grava, el cuerpo tirado boca abajo. Aristarco ha perdido de repente el interés en lo que le rodea, no teme verse en el rostro que yace en el suelo, sin embargo se sabe incapaz de levantar el cuerpo, su ser no tiene fuerza, ni sustancia para hacerlo.
Un agujero oscuro se abre junto a la camioneta 4x4, el mundo material abre paso al más allá.
Siempre creyó este momento tan terrible y angustioso, pero se desarrolla en una paz subyugante. Aristarco Mendiola piensa en lo que deja atrás antes de dar el primer paso al escalón, se sonríe, pues nunca lo atraparon vivo.
El descenso por la escalera fue largo y cansado, serpenteando a través de una oscuridad absoluta, escuchando una música, los lamentos de aquellos apartados de la luz.
El sillón es cómodo, la sala luce limpia y bien iluminada, hay un gabinete con instrumentos, un austero escritorio, de las paredes cuelgan títulos, diplomas y fotografías de graduaciones. Regados por doquier se encuentran moldes dentales de las más diversas e inverosímiles formas.
El dentista aparece por una puerta lateral, regordete y bonachón, entra poniéndose una bata de manga corta color azul claro.
-¿Cómo ha estado?- saluda amablemente, - estamos listos para empezar.
De un archivero extrae una pequeña placa radiográfica que revisa a contraluz.
- Ya veo. Exclama sosteniendo la mica oscura frente a sus ojos.
- A ver, abra la boca, grandota.
Aristarco muestra su dentadura al médico, éste la examina con un espejo y un abate lenguas en las manos.
- Va a ser un trabajo largo y pesado, debió venir hace tiempo. Vamos a extraer las muelas y a ver si logramos salvar las demás piezas, necesita un puente, le enderezaremos los incisivos y haremos una limpieza a fondo, ¿de acuerdo?.
- Póngame anestesia doctor. El dentista se sonríe ante la petición de Aristarco.
- Mejor ni se preocupe de eso, creo que ya sabe de que se trata todo esto, ¿verdad?.
El tratamiento inició en ese momento, el taladro empezó a zumbar, perforando el esmalte, penetrando al interior del diente, destrozando inmisericorde el nervio.
- ¿Sabía usted? – pregunta el dentista a Aristarco, mientras este se retuerce en el sillón, incapaz de resistirse a la tortura.- ¿Qué el dolor de muelas puede llegar a ser más intenso que la amputación de un brazo?
El dentista muestra a su paciente las pavorosas tenazas antes de metérselas en la boca para hacer la extracción.
- ¿Se acuerda de aquel muchacho por el que no quisieron pagar el rescate? El que tenía diecisiete años, ¿fue el tercero o el cuarto que se echó al plato?, le manda saludos y sus mejores deseos.
Una muela se hace pedazos, sus raíces se calcificaron junto con el hueso, la extracción de cada una de ellas fue una operación por si misma. En cada paso el dentista le muestra la herramienta que utilizará: El tira-nervios, el excavador, el rompe muelas.
El proceso continuó sin descanso, a un ritmo que prolongaba e intensificaba el dolor hasta niveles insospechados de sufrimiento. Y el dentista seguía hablando, recordando los crímenes y las víctimas, innumerables, en el paso de Aristarco por el mundo de los vivos.
-... y aquella vez que golpeó a su madre.
- ¿mmm?, ¡mmh!
- Ya lo había olvidado, ahora se da cuenta que las cosas no se olvidan.
Dice el dentista mientras jala de un lado a otro uno de los últimos dientes para que se afloje.
- Todo se paga, tarde o temprano.
Aristarco siente el quebrar de los huesos, su boca sabe a diente quemado, siente el gusto metálico de las herramientas y su lengua se raspa con tanto fragmento dental que hay en su boca.
- Muy bien, enjuáguese y escupa, hemos terminado por ahora.
Aristarco se mira en un espejo, intenta sonreír, pero el tratamiento ha sido salvaje e inmisericorde, no queda más que un incisivo y un par de premolares, pero el tormento ha terminado, más rápido de lo que creyó.
Se va a levantar del sillón. En ese momento comienza el dolor, la boca se hincha con espasmos agónicos, todo el cráneo parece fragmentarse en mil pedazos para dar paso a la terrible transformación.
El dentista ya se lavaba las manos, voltea hacia atrás al escuchar el gemido de Aristarco Mendiola.
De las encías surgen entre sangre y líquidos putrefactos nuevos dientes, colmillos monstruosamente deformes, agolpados unos contra otros en una triple fila, dandole a Aristarco una apariencia bestial.
- No se espante, estas cosas suelen pasar, a ver, abra la boca, bien grandota.
El dentista revisa con mirada experta los nuevos brotes, y a continuación inicia los preparativos para la siguiente intervención.
- Así que se tenía sus secretos bien guardados, tendremos que revisar diente por diente.
Se inició la extracción, los dientes ahora están más firmemente plantados, con raíces tan profundas que parecen llegar al corazón y enredadas en sensibles nervios. Cuando sale el primero, con infinitos sufrimiento, surge de inmediato uno nuevo en su lugar.
- Ah, caramba, creo que aquí tiene un problema.
- ¿Cua´ plobema dotor?
- Bueno, en pocas palabras, creo que vamos a estar juntos por un buen tiempo.
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