Esta mañana encontré un dinosaurio en mi baño.
No era una de esas enormes criaturas, este medía unos pocos centímetros, se encontraba atrapado dentro del lavabo.
Me acerque a observarlo, permanecía absolutamente inmóvil, sus inexpresivos ojos no dejaban de mirarme.
Toque su larga cola puntiaguda, el animal no reaccionó, recorrí con mis dedos hasta su espalda, entonces brinco. Hubiera escapado, de no ser porque sus patas resbalaron en la superficie lisa del mueble.
Sentí compasión por el reptil, lo tomé con la mano, procurando no aplastarlo entre mis dedos.
El muy ingrato me mordió el pulgar. Grite una maldición y lo lance lejos de mi.
Cayó en la orilla de la ventana, por ahí salió y se perdió en la cegadora luz del día.
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