―Esta mañana no tenía nada para desayunar en la casa. - Se queja Ágata con amargura.- Y en la bolsa no traigo ni un solo quinto.
― Ahá... – responde Aron distraídamente mientras firma algunos papeles en su escritorio. - ¿ Y yo que?
― Como que “y yo que” – Replica Ágata al tiempo que de un manotazo lanza los papeles del escritorio de Aron. – Soy tu madre, ingrato.
Aron recoge los papeles que su madre regó sobre su escritorio. El documento que firmaba se ha estropeado; lo pone encima de los demás papeles y los acomoda con calma para dejarlos de lado. Levanta la vista y se encuentra con la mirada retadora de Ágata. Él a su vez hace su mayor esfuerzo para tranquilizarse.
A su memoria regresa la imagen de su madre y su padre, veinticinco años atrás, en una situación muy semejante; Ágata y Aron llegaron a la oficina, acababa de recogerlo de la escuela y en lugar de ir a la casa fueron allí, frente al escritorio de su padre. Sus padres discutieron amargamente y Aron fue testigo del embate despiadado de su madre y del rendimiento incondicional de su padre: saco la cartera y le dio todo lo que en ella tenía.
― Lo siento mamá, pero no podemos darte mas dinero hasta fin de mes.
― No podemos darte mas dinero hasta fin de mes. – Arremeda Ágata en tono de burla. – Vamos a preguntarle al barrendero si el jefe le puede dar a su anciana madre unos pesos para su desayuno.
― Ya te lo he dicho mamá: tienes que cuidar tu gasto para que te dure hasta la quincena.
Aron no se atreve a reclamarle a su madre haberla visto bajar de un taxi cuando llego a la fabrica, pues tendría que explicarle porqué no bajo para recibirla en la planta baja.
El taxi se detiene frente al oscuro edificio de la fabrica. Ágata se apea y voltea hacia el segundo piso, donde se encuentra la oficina de su hijo. Aron ha visto a su madre descender del automóvil, pues sabía que ella vendría. Ambos se dan cuenta que el otro lo ha visto, pero mutuamente se ignoran.
Ágata se detiene al pie de las escaleras. A su rededor se da el movimiento fabril acostumbrado y ha tenido que esquivar numerosas cajas apiladas en los pasillos que huelen a humedad. Piensa que si su hijo fuera considerado, bajaría hasta la planta baja y le ahorraría subir estas pesadas escaleras.
Escalón por escalón asciende decidida hasta las oficinas. Pensando una y otra vez: Es igual a su padre, prefiere guardarse el dinero para él, en lugar de compartirlo con su propia madre.
― Eres igual que tu padre. ― Le recrimina Ágata en tono despectivo.
El rostro de Aron se endurece y su frente se torna roja. Por un momento que le parece eterno guarda silencio, reprimiéndose.
Recuerda aquella discusión en la oficina de su padre, tantos años atrás; a su madre manoteando frente a su padre, exigiendo mas dinero; mostrando a Aron ante los ojos paternos como la demostración viviente de su irresponsabilidad.
Recuerda la mirada de su padre, sus ojos tristes, su frente arrugada, su cabello canoso, mal peinado, con dos profundas entradas. Vestido con overol y botas de obrero. Con el paso de los años Aron comprendió que su padre nunca tuvo suficiente dinero para satisfacer los deseos de su madre, así como tampoco lo tuvo para si mismo.
― Quieres ver a tu madre sin comer.
― Si tan solo gastaras menos para que te alcanzara hasta fin de mes.
― ¿Qué te crees ingrato? ¿Vas a decirme a mi como gastar? ¿Después de que me estas matando de hambre?
― ¡Ya basta! No me vas a hacer el mismo numerito que le hacías a papá; Si quieres grita todo lo que quieras pero no voy a darte ni un quinto. A él lo podías mangonear a tu gusto, pero yo si te conozco, porque me utilizaste contra él, y que Dios me perdone por haber sido tan ciego tanto tiempo. Tu le provocaste todos sus males a mi padre, y por nuestra culpa murió; Espero que al menos tengas un poco de alma para sentir remordimiento.
Ágata mira a su hijo con ojos húmedos, su rostro parece haber envejecido, surcado por numerosas arrugas; la quijada apretada y el ceño fruncido.
Levanta el brazo y en el rostro de Aron se estrella una sonora bofetada. Aron la soporta girando involuntariamente la cabeza; Ágata se le abalanza sobre el escritorio, tratando de rasguñarle la cara, pero Aron la toma de las muñecas con fuerza; Ella aún hace un intento por safarse y arremeter contra su hijo, pero se da cuenta que al sujetarla con los fuertes manos de Aron a quedado completamente dominada.
Cuando por fin deja de resistirse, Aron la suelta con brusquedad.
― Papá fue débil al tratarte, pero yo no soy así. Ahora déjame trabajar; el día primero tendrás tu dinero.
― Esto no se queda así, acuérdate de lo que acabas de hacer. ―Ágata le da la espalda y sale de la oficina.
Aron se deja caer sobre su sillón y se frota las sienes como si quisiera borrar sus pensamientos de la cabeza.
El recuerdo de las ocasiones en que el mismo golpeo a su padre, instigado por Ágata, hace que todo su interior se estremezca de vergüenza.
Bajando las escaleras Ágata va pensando insistentemente: No es distinto a su padre, ya me las va a pagar, es igual a su padre.
En la planta baja se encuentra de frente con Olga, su nuera, y Javier su nieto de trece años; quienes han venido para comer junto con Aron.
― Buenas tardes suegra, ¿Cómo ha estado?
― Ay mi hija, si pudiera contarte. ― En un instante el rostro arisco de Ágata se ha trasformado en una mascara de sufrimiento materno, al borde del llanto.
― ¿Qué le pasa señora?
― Nada, solo estoy vieja, no me pongas atención hija.
Olga la toma del brazo para ayudarla a bajar los últimos escalones y la lleva a sentarse en una silla. No tarda mucho Ágata en describirle a su manera el reciente encuentro con su hijo. Al terminar, empapada en lagrimas, le suplica a Olga:
― Pero por favor, no vayas a decirle nada, hija, no quiero que vayan a pelearse por mi culpa, no vale la pena por tan poca cosa.
― ¿Sabe que? Venga a comer con nosotros señora, y no se preocupe, todo se va a solucionar, ya lo vera.
― Ay, mi hija eres un amor, no sabes cuanto te lo agradezco. ― Ágata se levanta y se dirige a Javier, quien ha permanecido cerca sin intervenir en la conversación.
― ¿Le ayudas a tu abuela a levantarse?
El joven muchacho se acerca y la sostiene del brazo.
― Vas a ser alto y fuerte como tu abuelo, hijo. Espero que quieras ayudar a tu abuela cuando te necesite.
― Claro, abuela, cuando usted quiera.
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