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UN HOMBRE SOLO Y SU HIJO


Ernesto mira con interés a la muchacha que toma café sola a unas mesas de distancia.
― Papá, esto no me gusta. Se queja una pequeña voz junto a él.
Es pelirroja, trae puestos unos jeans desteñidos y una blusa blanca, sus anteojos la hacen más interesante.
Papi, papi.
― Comete tu comida hijo. Responde Ernesto sin poner atención; tan solo mira a la pelirroja y piensa en como acercarse y platicar con ella; esta seguro que será una persona muy agradable.
La gente entra y sale del restaurante, oficinistas con traje que toman su almuerzo. Un hombre se sienta junto a la muchacha, se saludan con un beso.
Ernesto suspira, otra oportunidad perdida. Regresa la mirada a su plato, resignado.
Ve que su hijo ha dejado de comer y se dedica a jugar con sus muñecos sobre la mesa.
― Guarda tus juguetes Manuel, acábate tu comida hijo.
― No me gusta, papá.
― Si esta bien rico, a ver. ― Ernesto toma una cucharada de la sopa de letras del plato de su hijo. ― Si, esta bien rico, ahora tu.
El niño prueba la sopa con desconfianza; es necesario que Ernesto vuelva a probarla para convencerlo de acabar con el platillo.
Manuelito esta sentado sobre el portafolio de su padre para poder alcanzar el nivel de la mesa. Para el todo en el restaurante es nuevo y extraño, desde la cantidad de gente que come allí en completo orden, las meseras que les sirven, todas vestidas de la misma manera; como cargan las charolas llenas de platos.
Mirando a su alrededor se da cuenta que dos ancianas lo observan con ternura.
― Oye, papá, ― dice Manuelito jalando de la manga a Ernesto y bajando la voz para que no lo oigan, ― esas mujeres se ven raras.
Ernesto mira a las señoras, una de ellas tiene el cabello esponjado, completamente blanco; la otra, que parece su hermana, igualmente vieja, tiene el cabello teñido de negro.
― Parecen Polos opuestos. Dice Ernesto, pero al momento se da cuenta que Manuelito no entenderá a que se refiere. El niño responde con un muy convencido ― si, es cierto.
Las señoras se levantan de su lugar y se disponen a marcharse, pero antes se acercan a la mesa de Ernesto y Manuelito.
― Adiós nene. ― Dice la señora del cabello negro. Manuelito se agarra del brazo de su papá y mira a la viejita muy serio.
― ¿No es un encanto? ― comenta la señora antes de irse. Con una sonrisa de compromiso se despide Ernesto de las viejitas.
La tarde trascurre, hace rato que Ernesto termino su comida, pero Manuelito sigue comiendo a intervalos, entre jugar con el muñeco o el cochecito no ha terminado su plato de pollo con verduras.
Ernesto pide un café y mira su reloj con suspicacia. Frente a ellos se ha instalado una familia, hombre y mujer con tres niños. Los mira de vez en cuando; los niños le parecen unos malcriados, piensa que los padres de tales niños no deberían sacarlos a comer fuera de su casa, solo provocan vergüenza para sus padres esos pequeños demonios.
Pero los culpables son los padres, piensa Ernesto, que los dejan hacer lo que quieren, sin darles la mas mínima disciplina.
― Ya termine― Dice Manuelito con el plato vacio frente a él.
Ernesto mira debajo del plato y en el suelo para comprobar que su hijo no ha escondido alguna porción del guisado mientras no lo veía. Comprueba que efectivamente Manuelito termino con su comida. De una bolsa de su saco extrae un frasco oscuro.
― No, eso no, por favor papá, no me des eso.
Desoyendo a su hijo, Ernesto llena la tapita del frasco con la sustancia espesa, Emulsión de Scott. El olor le trae recuerdos no gratos de su propia infancia, pero no es el momento de mostrar debilidad. Le da la dosis a su hijo, el cual la toma con repulsión, pero resignado.
Después de guardar el frasco, Ernesto vuelve a mirar a la familia de enfrente; los niños comen en silencio y los padres murmuran algo entre ellos, voltean a mirar disimuladamente a Ernesto y siguen cuchicheando.
Con que hablan de mi, piensa Ernesto, se siente ofendido de inmediato, le gustaría gritarles a esas gentes, ¿Nunca han visto a un hombre solo comer con su hijo? ¿Acaso creen que un hombre no puede educar a un niño sin una esposa?
En ese momento Claudia va entrando por la puerta del restaurante. Viene con prisa, como siempre ha sido ella.
― Gracias por cuidar al niño. Dice ella sin mucho entusiasmo.
― No fue nada, ¿como te fue?
― Muy bien gracias; Manuel, despídete de tu papá.
- Adiós papi.- Dice el niño mientras su mamá lo carga para dejarlo en el suelo.
Ernesto lo besa en la frente.
― Hasta luego hijo.
Claudia sale apresurada, con Manuelito agarrado de la mano.
Ernesto sigue tomando su café. Mira a la familia de enfrente y se da cuenta que evitan su mirada. ¡Que demonios!, que piensen lo que quieran, se dice Ernesto tomando un trago de café para pasarse el nudo que se le ha hecho en la garganta.

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