Humberto espera el último tren de la noche. sólo en el anden percibe sensaciones y sonidos ocultos por la multitud, ahora se hace evidente la brisa que viaja por el túnel, el maullido de
un gato en la oscuridad, el repentino frió que invade la estación.
A lo lejos se observa la hilera de luces del
tren al dar vuelta y se enfila hacía la estación, a continuación se escucha el
silbido del aire y el accionar de los frenos del convoy.
Dentro del vagón Humberto viaja solo, sentado en la
banca del centro, quizá sea el único pasajero en todo el tren.
En la siguiente estación aborda un joven de aspecto
enfermizo; el cabello largo, ensortijado, los ojos sumidos y una barba de una
semana; sin embargo su modo de andar y de vestir no son los de un pordiosero.
Se sienta junto a Humberto y lo aborda.
― Joven ¿Me compra un pedacito?
― No, gracias. ― Responde Humberto, pensando que le
vende un billete de lotería.
― Ándele, mire, solo me quedan dos.
Le muestra a Humberto los cupones. Antes de
rechazarlos nuevamente, les da un vistazo a los papeles y se da cuenta que
están escritos a mano, no solo eso, las impecables letras manuscritas fueron
escritas en sangre.
Dicen: "Bueno por el alma de Antonio. Serie de 20
cupones".
En las manos el muchacho tiene los trozos trece y
nueve.
Por alguna razón Humberto la oferta le parece irresistible, saca su billetera mientras cuenta su dinero percibe el temblor de impaciencia en la mano que sostiene los cupones; le compra el trozo nueve por cien pesos.
El joven no intenta regatear, como si quisiera deshacerse de una carga, baja en la siguiente estación sin voltear hacia atrás.
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