Pablo
abre la maleta con ansiedad, vacía su contenido sobre la cama. Afanosamente
busca las píldoras; entre papeles, folletos y envolturas encuentra un sobre
cerrado con su nombre. De inmediato recuerda la herencia de su abuelo: durante
meses ha permanecido dentro de su equipaje, desde que viajo al sepelio. Deja el
sobre a un lado y prosigue la búsqueda de las píldoras.
El hotel
Coliseo se eleva con sus cuatro pisos encima de los demás edificios en una
calle céntrica de Salamanca. Su anuncio de neón por años ha estado apagado, en
la parte inferior aún puede leerse con letras rojas “T.V. a color”.
Por sus
ventanas desnudas se pueden adivinar los cuartos vacíos: excepto uno.
En la
madrugada se enciende la luz de la esquina superior izquierda.
Pablo, aún
amodorrado, se sienta a la orilla de la
cama. Un dolor que inicio en la boca de su estomago agito su sueño, creciendo
hasta hacer imposible el dormir.
Una
opresión en el pecho hace a Pablo temer un infarto: respira dolorosamente.
Algo de la
comida debió caerle mal al estomago, piensa; quizá si vomitara se sentiría
mejor.
Se levanta
hacia el baño y se inclina sobre el escusado.
Intenta provocarse el vomito
agitando el abdomen con movimientos convulsivos, sin lograr resultados.
Pablo
enjuaga su mano derecha en el lavabo; la mete en su garganta presionando su
campanilla. Un instante después se presentan los espasmos del vomito, pero
tiene que repetir la operación varias veces mas para por fin deponer el
estomago.
El
esfuerzo lo hace temblar y se le escapan varias lagrimas; al final se siente
agotado y con un sabor metálico en la boca.
Regresa a
la cama, se sienta en la orilla nuevamente.
Por momentos se siente a punto de morir. Es más, le gustaría morir con
tal de no sentirse así.
Pasa el tiempo
mientras esta sentado, pensando desenfrenadamente, hasta que la ansiedad no le
permite seguir sentado. Se levanta y camina por la habitación. Se asoma por la
ventana y ve la calle desierta y las luces de la ciudad que se extienden hasta
una línea que la separa de la oscuridad; más allá se ven algunas luces
diseminadas en el tapete de negrura que le rodea. El único movimiento perceptible
en esa estampa nocturna son los camiones que circulan incesantemente por la
carretera.
Le da la
espalda a la ventana, regresa a la cama, pero no permanece mucho tiempo en
ella.
Necesito
ayuda, piensa, entonces sale de la habitación únicamente para encontrarse con
pasillos desiertos hasta llegar a un frió y cavernoso cubo de las
escaleras. Gime esperando que alguien le
escuche, pues esta incapacitado para gritar. No hay respuesta; baja un par de
escalones, pero incluso ese pequeño esfuerzo incrementa su dolor: decide
regresar a su habitación.
Vuelve
a sentarse en la cama. Siente una profunda soledad en ese lugar desierto, en
medio de una ciudad extraña, incapaz de obtener ayuda. Lo abruma la
desesperanza, la terrible sensación de encontrarse más allá de cualquier ayuda
posible. El inexorable alejamiento y disminución de lo que conocemos como la
vida y el mundo exterior. El retorcerse y plegarse sobre uno mismo como una
bola de papel. La agonía, el dolor, el dolor, únicamente el dolor.
En medio
de su desesperación recuerda que dentro de su maleta debe guardar un
analgésico. Revuelve su equipaje hasta encontrar las píldoras. Se lleva dos a
la boca y toma un trago de agua del lavabo de la habitación.
Al cabo de
varios minutos el dolor empieza a disminuir. Pablo se siente agotado, pero esta
tan inquieto que le sería imposible dormir.
Enciende
el televisor como una forma de paliar la terrible sensación de soledad que lo
acosa. En los pocos canales que recibe el televisor aparecen comerciales
interminables; En uno de los canales Pablo encuentra una película: “Luna sobre
parador” con Sonia Braga, Richard Dreyfuss y Raúl Julia. La ve un largo rato
mientras el medicamento va haciendo efecto.
De entre
las cosas que saco apresuradamente de su maleta le llama la atención el sobre
de su abuelo. Se pregunta porque lo ha
dejado tanto tiempo entre su equipaje.
Abre el sobre y coloca la moneda de
plata de su abuelo sobre su palma: Brillante, ligeramente irregular e ilegible;
ha sido pulida tantas veces, sostenida por manos innumerables, que el grabado
se ha perdido para siempre.
“Lanza la moneda mágica al aire, que
brille a la luz del primer rayo de sol en la mañana, al rebotar contra el suelo
serán dos.”
Dice el papel escrito con la caligrafía
de su abuelo que acompaña a la moneda dentro del sobre. Las mismas palabras que
Pablo recuerda haber escuchado cuando le demostró la magia hace tantos años.
Apenas había cumplido once años y estaba
de visita en casa de los abuelos; en ese entonces ya conocía en palabras de su
padre la costumbre del viejo: levantarse antes del amanecer, bañarse y
vestirse; salir a la puerta justo cuando el sol se asoma por el horizonte:
lanzar la moneda al aire y cacharla para después guardarla en la bolsa de la
camisa, junto al corazón.
Aquella noche había dormido en el sillón
de la sala, arrellanado con numerosas cobijas y cojines. Se sorprendió cuando
el abuelo lo despertó en medio de la oscuridad de la madrugada; apenas
alcanzaba a distinguir su rostro arrugado y sonriente con la escasa luz que provenía
del baño.
― Levántate, tengo algo que mostrarte.
La curiosidad por saber que era aquello
por lo que le despertaban a tan impropias horas no elimino su mal humor por ser
levantado.
Después de lavarse la cara y ponerse
algo de ropa y zapatos se reunió con su abuelo en la puerta de la casa. Ya el
cielo clareaba hacía el oriente. Antes de preguntar que le iba a mostrar, el
viejo saco su moneda de plata.
― Mira esta moneda Pablito, con ella
nunca se ha comprado nada y quienes la han poseído no la han cambiado por otra
jamás. Desde tiempos ya olvidados esta moneda ha pasado de mano en mano y con
ella una sencilla lección que no debe ser olvidada. Cuando muera, algún día, te dejaré a ti la
moneda. Espero que la sepas apreciar y la dejes continuar con su camino cuando
llegue la hora.
Pablo empezó a preguntar que tenía de
especial esa moneda, entonces su abuelo le pidió que guardara silencio: El sol
asomaba por entre los cerros.
El viejo lanzo la moneda, brillo en el
aire con la luz del amanecer, y cayo provocando un sonido armónico como una
campana. En el suelo quedo la moneda, pero también había otra: un peso de
níquel con el rechoncho perfil de Morelos.
Pablo no salía de su asombro, le pidió a
su abuelo que repitiera el truco, entonces le explico que no existía truco en
esto: era magia autentica y solo podía ser reproducida en las condiciones
indicadas. “Lanza la moneda mágica al
aire, que brille a la luz del primer rayo de sol en la mañana, al rebotar
contra el suelo serán dos.”
Durante largo rato hablaron Pablo y su
abuelo sentados frente a la puerta de la casa.
¿De donde había venido esa moneda? Es un misterio, un amigo de su abuelo
se la regalo en la juventud. ¿Por qué se la quería dar a él y no a su padre? ― Tu padre creció demasiado rápido para mi. ―
Confeso el viejo.― Antes de que se diera cuenta se había vuelto Cínico y
materialista, no porque fuera una mala persona, el mundo le quito la inocencia
muy pronto; por eso Pablo debía conocer la magia antes de que le pasara lo
mismo.
¿Por qué cada mañana lanzaba la moneda
pero no la dejaba caer? ― Esa es la
lección que te toca aprender. ― Le dijo el abuelo y nunca volvió a hablar de
ello.
Con el pasar de los años Pablo se
convenció a si mismo que había presenciado un acto de prestidigitación; con una
sonrisa complaciente recordaba la platica con su abuelo, como uno de los
momentos de mayor cercanía.
Se da cuenta pablo que ha permanecido
largo rato viendo la moneda mientras recordaba. En la televisión trasmiten otro
programa que no le llama la atención y la apaga.
El dolor ha desaparecido; de regreso ha
casa tendrá que ir con el médico; podría
acostarse y dormir hasta la hora en que debe prepararse para salir de regreso;
Pero tiene una inquietud que de todas formas no le dejaría dormir: El amanecer ya
esta próximo.
De la calle empiezan a escucharse sonidos: el lejano canto de los gallos, los
pájaros de los árboles cercanos, los camiones que circulan por la calle.
Pablo se acerca a la ventana y permanece
frente a ella mientras el cielo cambia de color hasta tornarse rosa por el
oriente; la neblina se esparce por el
campo que rodea la ciudad, enredándose en las arboledas que flanquean los
caminos. Las nubes que flotan sobre las
colinas en el horizonte se vuelven brillantes, como flamas.
El sol lanza un cálido rayo de luz al
levantarse con el nuevo día.
Pablo lanza la moneda con la mano
derecha mientras que con la izquierda abre la cortina para que entre la luz.
La moneda se eleva y cae hundiéndose en
la penumbra de la habitación, produciendo un melódico sonido al tocar el suelo
de cemento. Deslumbrado por el sol, Pablo tiene que acuclillarse para encontrar
la moneda, sintiéndola antes que verla, junto al buró. Sostiene la moneda de plata en su mano
izquierda mientras que la derecha la arrastra a ras del suelo por su rededor,
buscando la otra moneda que debería haber aparecido.
Sus dedos chocan con ella debajo de la
cama: Es una humilde moneda de peso, mitad bronce - mitad níquel, con un numero
uno y el año 1999 impreso sobre su cara frontal.
Pablo se sienta en la cama viendo la
moneda asombrado. La magia funciono realmente, no es ningún truco. Esto que
tiene es magia autentica.
Piensa en que uso le puede dar a la
moneda, y se da cuenta que carece de cualquier valor práctico: En un mes de
lanzar la moneda cada mañana obtendría la mínima cantidad de treinta pesos.
Difícilmente le podría mostrar el acto a cualquiera sin que pensara que es un
truco barato. Entonces ¿Por qué su abuelo la atesoro tantos años y fue tan
celoso al entregársela específicamente a él?
Porque es magia verdadera, se responde
Pablo, y entonces empieza a comprender: Lo importante es lo que significa, no
lo que puede hacer. Si hay magia aquí, la debe haber en todos lados, de una
forma no siempre tan visible, pero existente.
Ahora comprende porque su abuelo no
dejaba caer la moneda: la cargaba con el rayo del sol y después se la guardaba
en su bolsillo: cualquiera que fuera la magia que tuviera la moneda, esta se
quedaba con el abuelo y no se desperdiciaba apareciendo otra moneda.
Al salir mas tarde del hotel Pablo se
detiene frente a la puerta antes de salir a la calle.
Busca entre sus bolsillos hasta
encontrar su nuevo talismán. Lo observa
una vez mas, parado entre la oscuridad
silenciosa del hotel y el luminoso bullicio de la calle.
Lanza la moneda, brilla con la luz del
sol, la atrapa y la guarda en la bolsa de su camisa, cerca de su corazón.
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