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LA CIUDAD EN LA ORILLA DEL MUNDO



El automóvil recorre las callejuelas de la ciudad a una velocidad aterradora. Leonardo conduce concentrado en el camino, sus manos sostienen firmemente el volante, su mirada nerviosa recorre todo el campo visual al frente, de rato en rato se quita el sudor de la frente.  No puede permitirse equivocar una vuelta en este torcido laberinto de casas y calles truncas, el tiempo apremia, no sabe si atrás de ellos vienen los perseguidores que intentaran cerrarle el paso, averiguarlo puede ser su perdición.
Al manejar Leonardo tampoco deja de pensar en Sofía. A su lado Sofía va pensando en el guardián, regocijándose de la forma en la que se hicieron cargo de él.
Ella caminando desde la esquina con ese paso sexy  tan natural e infalible. El polizonte viendola sin quitarle el ojo de encima. Sofía acercandose, mostrando el amplio escote de su blusa y la ausencia de sosten. Una sonrisa coqueta es suficiente para hacerlo perder la cabeza. Y Leonardo, que se acerca por la espalda le da un garrotazo.
No saben si murió, pero le quitaron la llave.  Ahora Sofía juguetea con ella, girando el arillo alrededor  de su dedo índice, reflejando la luz del sol.
Calle tras calle, quemando llanta en las vueltas, Leonardo lanza el auto hacia el fondo cerrado del callejón, con la fe de que antes de chocar encontrará un improbable camino lateral.
Sofía imperturbable mira las calles que pasan, comprobando la precisión de las instrucciones para llegar.
Se perciben ya las señales de que se acercan a la orilla del mundo.
Abruptamente termina la calle desierta, se convierte en un camino peatonal. Sin bajar velocidad Leonardo sube el coche a la banqueta, dejando trozos de salpicadera en las paredes.
La última vuelta es en ángulo recto, demasiado estrecha para poder dar vuelta.
Se detienen, el motor deja de sonar, se escucha el silbido del radiador y algunos crujidos del fatigado automóvil.
Leonardo y Sofía se dan un momento de calma, ambos en silencio, escuchando sus agitados corazones y la calle, la cual permanece en absoluto silencio.  No hay  perseguidores, o están muy lejos aún.
La pareja abandona el vehículo, cargan al hombro cada uno su mochila y siguen el camino a pie.
La tarde avanza y la noche se aproxima, caminan con prisa por el callejón de altas paredes sin fachadas, pintadas con graffitis subversivos que en otros puntos de la ciudad no serian tolerados. Entonces encuentran la puerta, de lamina negra, pequeña y humilde.
Leonardo pide la llave, Sofía se sonríe, juguetea una vez con ella y la mete en la cerradura. Entra con sublime suavidad y gira sin resistencia alguna.   Se toman de la mano y se besan.  Las bisagras rechinan al abrir y un aroma a tierra y a pasto, que pocas veces han percibido, llena sus sentidos.
Cruzan el umbral, antes de cerrar tras de ellos miran los callejones desiertos, vacíos de transeutes y perseguidores.
Del otro lado no hay calle, solo una barda desnuda, levantada sobre la tierra virgen,  siguiendo una línea irregular que se retuerce sobre si misma varias veces.
Caminan escuchando el eco de sus pasos sobre el ladrillo desnudo, no hay ventanas ni puertas, es una frontera poderosa, nada de la ciudad puede atravesarla sin cruzar por la pequeña puerta, ni el aire ni el sonido.
La pared queda atrás, se detienen para mirar, Leonardo sonríe y aprieta con fuerza la mano de Sofía, frente a ellos se extiende una pradera silvestre que se pierde de vista a lo lejos, los cerros que se elevan tras el horizonte y un cielo azul  e infinito, que es fuego y es hielo al ocultarse el sol.
-          Estas son las tierras baldías.  - Dice Leonardo- Son todas para nosotros dos, Sofí.
Leonardo da un paso al frente, pero Sofía se queda parada en su lugar.
-          Espera -, dice ella - ¿ esto es todo?
-          Es la libertad que tanto soñamos. Podemos ir y hacer lo que queramos, no hay un hermano mayor que nos este vigilando
-          Pero aquí no hay nada. Esperaba otra ciudad, otras personas.
-          Vamos, no va a ser tan malo.
Sofía se zafa de Leonardo y da un paso atrás.
-          Estará bien para ti que te crees Robinson Crusoe, pero yo no voy a vivir en una miserable choza que construyas.
-          ¿ Que pasa Sofí, porque me haces esto?
-          Nunca me dijiste que fuera así.
La noche ha caído, la oscuridad es absoluta hacia la pradera, un fulgor ilumina por atrás la pared. Hacia ella se dirige Sofía con paso decidido.
Leonardo la mira a ella y al campo alternadamente.
-          Espera Sofía, mira allá.
Sofía voltea hacia donde Leonardo señala, una pequeña luz  que brilla entre la negrura y bajo las estrellas.
- Ya vez, hay mas gente allá.
-          O puede ser una trampa para tontos.
  Replica Sofía con sarcasmo, sigue su camino de regreso, pero a la mitad se detiene y va  tras Leonardo. El  se ha sentado en la hierba, encendió una lampara y se ha cambiado de ropa.
-          Oye Leonardo, ¿ en serio te vas a ir?
-          Si, me voy Sofía.
-          Y no piensas regresar.   
Leonardo se sonríe.
-        Yo también te voy a extrañar.
-          Entonces no te importara que me quede con tu coche, ¿verdad?
La sonrisa desaparece, Leonardo saca las llaves de su mochila y se las da sin voltearla a ver.
Ella las toma, radiante de alegría, se aleja corriendo y dando brincos por el camino.
Leonardo se levanta  y carga su mochila a la espalda.
“ En realidad ella nunca fue mía”.  Reflexiona, mira por última vez la ciudad tras el muro y emprende su marcha rumbo a la  noche.

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