Por fin vacaciones, el anhelo al final de un día de
trabajo agotador, el pretexto más agradable para ahorrar las quincenas; la
oportunidad que Catalina esperaba para cambiar sus perspectivas.
Son sus primeras vacaciones sin esposo; le acompaña su
hijo Guillermo. En casi diez años de
matrimonio en contadas ocasiones salieron, a lugares que él escogía y que a
ella le resultaban tan tediosos. Recuperada su libertad, ahora puede elegir a
donde ir y que hacer.
En la terraza de su cuarto siente la brisa marina, le
revuelve el cabello y hace ondular su ligero vestido. La vista de la bahía
fascina a Catalina, el mar azul, las doradas playas, las espumosas olas; aspira
el aroma del mar con un profundo suspiro y se convence ella misma que se
encuentra allí.
Sobre la cama están las maletas, aún sin desempacar,
Catalina se ocupa en sacar el equipaje. Guillermo entra corriendo desde el cuarto
contiguo, vistiendo su traje de baño.
― ¿Ya podemos ir a la alberca Mami?
Catalina toma en los brazos a su pequeño hijo, le da
vueltas riendo y se tira en la cama.
― No seas tan apresurado, primero tenemos que guardar
la ropa.
― Ya quiero ir.
― Vamos a tener mucho tiempo para estar en la alberca,
y también en la playa, no te desesperes.
Se levanta y abre las Maletas.
― Vamos, ayúdame con esto.
La gente se reúne alrededor de la piscina del hotel;
mujeres en bikini, muchachos ardientes que corren, saltan y revolotean
alrededor de ellas, familias que pasan unos buenos ratos juntos, y también los
solitarios, que quizá esperen que el amor los encuentre bajo los rayos del sol.
Guillermo chapotea en la orilla de la piscina, con sus
flotadores en cada brazo, practica las zambullidas salpicando a los bañistas de
alrededor. Todo el tiempo bajo la atenta mirada de su madre, quien reposa
lánguidamente en un catre cercano.
El niño sumerge la cabeza y cuenta bajo el agua, llega
hasta veinte, todo un record para él; se asoma hacia afuera para anunciar su
hazaña a su madre; se da cuenta de que ya no le pone atención. Un hombre la
acompaña, acuclillado junto a su catre.
Su nombre es Omar; a Catalina le parece de lo más
simpático; se acerco con cualquier pretexto, recogió una pelota que cayó cerca,
ella sabe que la lanzo con toda intención, entonces la plática surgió
espontáneamente.
― ¿En que trabajas?- pregunta él.
― Soy Administradora de Recursos Humanos, y empeño mi
alma en una oficina todos los días de ocho a cinco.
― ¿Te molesta hablar del trabajo en vacaciones?
― No te preocupes, así puedo pensar en lo que estaría
haciendo allá, y estirarme sin preocupaciones, porque será otro a quien los
problemas le quiten el sueño.
Se miran los dos a los ojos y surgen las sonrisas.
― ¿Entonces vienes solo? ― Pregunta Catalina.
― Venimos un grupo de amigos, tu sabes; un día alguien
tiene la idea de reventársela en la playa y un rato después todos se alistan
para venir.
Un chiquillo con flotadores azules y escurriendo agua
se interpone entre los dos, sentándose al regazo de Catalina.
― Memito, ya me mojaste, sécate con la toalla.
― ¿Es tu hijo? ― Pregunta Omar viendo como Guillermo
lo mira de modo agresivo.
Un silbido desde el otro lado de la alberca hace que
Omar volteé.
― Me están llamando, ¿podré verte después?
― Claro, estamos hospedados en este hotel.
― Entonces nos veremos luego, chao.
Catalina toma una toalla para secarse ella y
Guillermo, de reojo mira a Omar.
― ¿Ya vez lo que haces? ― Le reprocha a su hijo
sacudiéndole el cabello con algo de rudeza; el niño tan solo sigue viendo,
hostil, a Omar alejándose.
En la tarde Catalina y Guillermo almuerzan en el
restaurante del hotel. Ella no se decide a ordenar, repasa la carta una y otra
vez con la mano en la barbilla.
― Te recomiendo la parrillada de mariscos. ― Dice una
voz detrás de ella; voltea para encontrar al sonriente Omar.
― Hola, ¿como has estado? ¿Quieres acompañarnos?
Guillermo mueve la cabeza negativamente, tratando de
llamar la atención de su madre, moviendo los labios sin hablar, diciendo: no,
no, no.
― Será un placer, con tan distinguida compañía.
― Mi papá es muy fuerte y grandote, y tiene muy mal
humor. ― Dice Guillermo a Omar nomás este se ha sentado.
― ¡Memito!, ¡por favor! ―Le reprende Catalina.
― ¿Tu papá? ¿Tu esposo? ―pregunta Omar.
― Estamos divorciados - Aclara Catalina; en el rostro
de Omar se refleja su alivio.
La conversación trascurre sucesivamente de la vida de
ella a la de él. Catalina le cuenta a Omar como su esposo se opuso a que
reanudara sus estudios universitarios y como la amenazo: "la escuela o
yo".
― La escuela gano, ¿verdad?
― Pues si, no me arrepiento, pero si fue duro tomar la
decisión, tu sabes, por los pequeños grandes detalles.
Omar asiente y voltea a ver a Guillermo, que se
entretiene sacando los chíncharos del guisado.
― Comete toda la verdura. ― Le ordena Catalina, y el
niño obedece.
Omar cuenta como siguiendo los deseos de su familia
estudio ingeniería, y como al cabo de varios semestres de frustraciones e
indecisión opto por seguir su vocación, el dibujo; ahora es diseñador gráfico.
― Mi papá es abogado y sabe como meter a la gente a la
cárcel. ― Interviene amenazante Guillermo una vez más.
― ¿Tienes planes para más tarde? los cuates y yo vamos
a ir a la laguna, podrías venir con nosotros.
― Mamá me prometiste que me llevarías. ― Replica
Guillermo sin darle tiempo de responder a Catalina.
― Lo siento Omar, pero le dije a Memito que iríamos a
ver el show de los delfines.
― No te preocupes, podríamos salir en la noche, a la
disco por ejemplo.
― Me gustaría, pero sabes que no puedo dejar solo al
niño.
Catalina mira desanimada al suelo, Omar piensa.
― Ya sé, ¿Porque no vamos de paseo en el yate, sale a
las ocho.
― ¿Nos vemos en el embarcadero entonces?
― Tú lo has dicho, hasta luego.
El navío partió, iluminado con cientos de focos sobre
la cubierta, dejando un rastro de espuma y de luces sobre la superficie del
mar.
Guillermo, fascinado, observa la bahía desde la borda
del yate; Omar y Catalina, al fin con un poco de intimidad, pueden hablar cosas
del amor.
Una espléndida luna llena se eleva sobre la bahía
inundando el ambiente con su luz platinada.
La orquesta empieza a tocar música romántica; como si
fuera entre sueños, la pareja es arrastrada por el embrujo musical hasta la
pista de baile.
Pieza tras pieza, Omar y Catalina bailan cada vez más
juntos. Es el momento adecuado, se besan por primera vez, tímidamente, sin
saber cual será la reacción del otro; a continuación el siguiente es largo y
apasionado.
Un pequeño bulto se escabulle entre los dos; es
Guillermo, que abrasa a su madre por las piernas, como si quisiera bailar solo
él con ella. Una alegre y sincera risa surge al mismo tiempo de la pareja.
De regreso al hotel; Omar carga a Guillermo, esta
rendido y duerme profundamente. Catalina busca la llave del cuarto, abre la
puerta y recibe de Omar a su hijo. Después de acostarlo en su cama ella regresa
a la puerta, donde Omar la ha esperado, ambos se ven, de repente se han quedado
sin palabras.
― Entonces, ¿quieres pasar?
― ¿No habrá problema con el niño?
― Duerme, y no va a despertar.
Omar entra en el cuarto de Catalina, y las luces se
apagan.
Catalina despierta al día siguiente, la luz del sol
entra por las ventanas; encuentra a Guillermo jugando en su cuarto.
― Memito, quiero hablar contigo, ― el niño pone
atención a su madre.
―Hoy vamos a pasar todo el día con Omar, no quiero que
vuelvas a hacer otra de tus groserías, ni a mencionar a tu padre.
― Pero Mamá.
― No hay peros, esto es muy importante para mi, y lo
es también para ti, así que harás lo que te digo.
― Sí, Mamá.
Catalina cae en cuenta del juguete con el que
Guillermo ha estado jugando.
― ¿De donde sacaste eso?
― Estaba allí tirado, cerca de la puerta.
― Damelo, esto no es un juguete.
― ¿No?, entonces ¿que es?
― Es... este... es un globo, nada más.
Los siguientes días resultaron idílicos para
Catalina. Guillermo poco a poco fue
aceptando la presencia de Omar, incluso en ocasiones llego a reír gracias a la
simpatía de este.
Pero como siempre, los nubarrones fueron cubriendo su
cielo azul; con creciente angustia Catalina se da cuenta que el dinero se le
agota; no podrá prolongar mucho tiempo sus vacaciones, el retorno es inminente.
Contemplando el atardecer sobre el mar Catalina no
puede contenerse más.
― Mañana nos vamos. ― Dice.
― Oh, creí que solo Guillermo iba a llorar. ―Omar
enjuaga las lágrimas de Catalina.
― Allá las cosas son tan distintas; vivimos tan
separados.
― Yo te iré a visitar tanto cuanto pueda.
― ¿Y si no funciona? ¿Como sabré que mañana me has de
querer igual? Quizá la mujer que
conociste aquí no sea la misma que todos los días trabaja y lucha por
mantenerse.
― Me gustas así como eres, lo demás no importa,
encontraremos la manera, ya lo veras.
El sol se oculta en el mar, las nubes, como si fueran
brasas, refulgen en el cielo y en el mar, extinguiéndose poco a poco.
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