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DENTRO DEL HOYO


"Saca tu ropa interior de plomo”. El tono del informante no admitía duda; cancelo todas sus actividades del día; abordó el helicóptero de la compañía en la azotea del edificio en el centro de Los Ángeles e inicio el plan de contingencia.
Desde su asiento Bill observa como pasan bajo sus pies los suburbios a gran velocidad y en poco tiempo se interna en las montañas; aún sostiene un palo de golf entre sus manos: estaba a punto de partir a su práctica vespertina cuando recibió la llamada de su contacto en las altas esferas del gobierno.  El mismo que le había mantenido informado respecto a la mas reciente crisis de seguridad  que se había mantenido en secreto: varios submarinos nucleares cortaron comunicación con sus comandos; un supuesto accidente en el atlántico norte encubría el hundimiento de uno de los submarinos rebeldes por la flota que los persigue. Pero en las ultimas horas se había perdido el rastro de varios de ellos dirigiéndose a las costas. En cuestión de horas se decretaría el estado de emergencia en todo el país y se iniciaría una campaña de represalias para tratar de disuadir a los captores de las naves; el problema es que aún no se sabe con certeza quienes son.

El helicóptero aterriza en un valle despoblado del desierto californiano, un convoy de vehículos todo terreno lo espera. Bill baja del helicóptero y se regresa después de caminar unos pasos: casi olvidaba su palo de golf.
El helicóptero regresa a la ciudad; el piloto así como todos los empleados de Bill, excepto un pequeño circulo, ignoran el peligro que les acecha.
Su jefe de seguridad, un exteniente de origen sueco llamado Günter lo conduce al hoyo 18, nombre clave para el refugio excavado en las profundidades de una montaña, equipado para mantener a un pequeño ejercito durante varios meses y que le provee a Bill de las mismas comodidades de cualquiera de sus otras casas.
Sentado en un sillón frente a una pared de monitores observa el desarrollo de los acontecimientos: los medios todavía no difunden la noticia pero tomaron nota de la inusual movilización de personajes dentro y fuera del gobierno, entre ellos se menciona su propia desaparición.  Se declara la alerta general ante posibles atentados terroristas y la movilización de todas las fuerzas armadas; la información se vuelve confusa y contradictoria al anochecer. Cerca de la media noche se reporta que el avión presidencial ha despegado. Un tembloroso senador entrevistado en televisión suelta toda la verdad y remata con un dramático “que Dios se apiade de todos nosotros”.
Los estallidos fueron simultáneos en varios puntos de la nación y en diversos países. Bill se entero debido al repentino cese de las trasmisiones televisivas, casi al amanecer, después de una noche en vela. El vigía de la entrada al refugio dijo haber visto un resplandor en las nubes altas sobre el desierto.  Bill se dirigió a la entrada y dio un vistazo al exterior, no percibió movimiento alguno. Da un profundo suspiro, esperaba que a esas horas hubiera llegado el grupo de hombres que mando en busca de su madre y su tía; asumió que fracasaron en su misión.

Algunos nodos de la red informática sobrevivieron al ataque; se volvió el único medio de comunicación. El ataque destruyo la mayor parte de las ciudades costeras en ambos litorales; un menor número de bombas en Europa tuvieron un mayor impacto.  En represalia se estaba llevando a cabo la operación “Venganza Infinita”: el bombardeo indiscriminado de los países sospechosos de organizar el ataque. Los submarinos rebeldes fueron hundidos en cuanto rebelaron su posición, al disparar sus cohetes.
Desde el Hoyo 18 Bill intento adaptar su negocio a la nueva situación durante semanas; hasta que se dio por vencido. El gobierno admitió su incapacidad para manejar la situación interna; el alto mando del ejercito pretendía continuar la campaña militar hasta las últimas consecuencias.  Se decreto la formación de una guardia civil que se encargaría de las labores de rescate y reconstrucción.  El presidente se comunico con Bill numerosas veces para pedirle su apoyo para reactivar la actividad económica; pero las empresas de Bill se encontraban asentadas principalmente en la costa del pacifico, todas ellas borradas del mapa. Lo único que le quedaba eran algunas fabricas en el sudeste asiático,  pero los orientales levantaron un muro alrededor de ellos, rompieron toda comunicación y cooperación con el resto del mundo.
Muchos otros paises intentaron cerrar sus fronteras ante la marejada de refugiados que huían de los “puntos calientes”.
Durante horas Bill permanecía viendo en el monitor una y otra vez un hongo atómicos que alguien videograbo y envio a la red. Era sencillamente una explosión, pero fascinante: con ella se iba la ciudad en la que había vivido los últimos cinco años, desaparecian todas las personas con las que había vivido todo ese tiempo, la gente que caminaba por las calles y habitaba los edificios que fueron arrasados en cuestión de segundos.  Nadie dentro del refugio se atrevía a preguntar, pero la fortuna de Bill se había esfumado dentro del fuego nuclear.  Günter fue el único que se atrevió a preguntarle en alguna ocasión qué pensaba; Bill respondió escuetamente: “Bienvenido al siglo XVIII”

Estimado señor G:
Somos Renacimiento, un grupo de personas con visión que tomamos previsiones ante una situación como la que atraviesa el mundo actualmente.
Nuestra base de operaciones se encuentra en el archipiélago de las marshal en el pacifico sur.
Hemos construido una comunidad auto sustentable gracias a los mas recientes avances científicos y tecnológicos.
Tenemos la capacidad de aceptar a mil miembros de la comunidad internacional que puedan aportar su liderazgo y colaboración para nuestra causa.
Nuestro objetivo es diseñar y construir un mundo nuevo mas racional, guiar a la humanidad por el camino del conocimiento a una nueva era en este momento  que el antiguo orden a sido destruido.
Lo invitamos a formar parte de este esfuerzo; si esta interesado conteste al mensaje y nosotros le daremos instrucciones.

“Quieren mi dinero”, piensa Bill, “si supieran que estoy  arruinado; seguramente soy uno de los primeros de su lista; hubiera comprado una isla: la mas lejana y apartada isla paradisíaca del mundo.  Quizás conozca a alguno de estos tipos; tal vez mi fama  baste para convencerlos; ¿Quién podría decir que no tengo todavía una gran fortuna? Pero necesito una garantía.”

A seis meses del fin del mundo Bill salió de su refugio. Protegido por su guardia personal, vistiendo trajes antirradiación, abordaron los vehículos todo terreno y se dirigieron a las ruinas de Los Ángeles.
Según el acuerdo una embarcación los esperará a veinte millas al sur de Ensenada. Navegaran a una distancia conveniente de la costa y dejaran a sus hombres en lugares seguros en centro o Sudamérica antes de emprender la travesía por el Pacifico.
Pero antes Bill tiene que recoger algunas cosas.
Conforme se acercan a la costa observan los daños provocados por el bombardeo: Colina tras colina ennegrecida, una sucesión de incendios incontrolables arrasó con ciudades y casi toda la vegetación. Mientras se acercan al punto caliente se percibe un silencio absoluto, el aire esta quieto y el sol ardiente. Se guían a través del GPS.  por campo traviesa pues los caminos son irreconocibles e intransitables.
Desde las colinas pueden ver la ciudad a lo lejos: una llanura cuadriculada con algunas cuantas estructuras de acero.
Los niveles radiactivos son elevados; dan un amplio rodeo a la zona mas contaminada.
Son las ruinas de una de las casas de Bill lo que buscan. La encuentran al atardecer: una línea que cruza el prado del frente y la casa misma a la mitad separa el pasto y las paredes chamuscados del inexplicablemente verde césped. Lo que el fuego no arraso se encuentra precariamente de pie; una de las mansiones mas caras del sur de california, completamente arruinada.
El equipo de seguridad forma un perímetro de defensa;  Bill baja del todo terreno cubierto con un traje de hule amarillo, entra en la casa.
El hoyo 7 no es propiamente un refugio, es una bóveda de alta seguridad construida para resistir cualquier embate del exterior.
Con satisfacción Bill observa como la compuerta de acero se abre para permitirle el paso.
Dinero y títulos: inútiles. Oro y joyas: no hay tanto como quisiera, pero servirán;
Pinturas y objetos de arte: una inversión segura en cualquier situación.
Bill hace una enumeración de lo que hay en la bóveda y decide que llevar y que dejar.
El plan es sencillo: deslumbrará a los de Renacimiento con esta muestra de riqueza, los convencerá de que solo es una pequeña parte de lo que puede conseguir, que existen muchos otros tesoros semejantes en ubicaciones que solo él conoce. Para cuando alguien se entere del engaño ya deberá tener suficiente poder e influencia dentro del grupo para que nadie se atreva a señalarlo.
Ruidos en el exterior; se escucha el disparar de una ametralladora, y aunque parezca imposible se desata un tiroteo.
El equipo de Günter cubre a  Bill en el camino de regreso a los vehículos. La comunicación es confusa; aparentemente un grupo de merodeadores armados se acercaron a la mansión al detectar el movimiento, ahora los atacan desde distintas posiciones.
El camino a través de los escombros de la casa es difícil, y más en  completa oscuridad, Günter ordeno apagar las linternas.  Varios hombres salen de entre las sombras emboscándolos, demasiado cerca para dispararles, se inicia una lucha cuerpo a cuerpo en la que Bill es lanzado a la retaguardia y cae detrás de lo que fue su acuario de doscientos decímetros cúbicos.
La batalla que libran los hombres de Bill y los merodeadores le parece interminable, tan solo intenta pasar inadvertido acurrucado en su rincón; pero un merodeador lo encuentra.
Le da una patada en las costillas y le apunta con una escopeta de cacería con una linterna pegada con cinta al cañón. El hombre lo observa antes de disparar dejando ciego momentáneamente a Bill. Lo reconoce, levanta el arma y grita a sus compañeros.
“Es Bill G.”
La luz de la lámpara ilumina momentáneamente el rostro del agresor, heridas de fuego y manchas negras rodeadas de auras blanquizcas salpican el rostro y el pecho desnudo del merodeador.
El disparo de una mágnum 44 y el hombre cae como tablita con un agujero en la frente.
Con el arma humeando en sus manos Günter salta los restos de la pecera, se parapeta y trata de hacer reaccionar a su jefe.
“Tenemos que irnos”.

Las horas y los días trascurren con lentitud en el interior del hoyo siete; Bill se entretiene leyendo la colección de revistas National Geografic: todos los números desde 1963 hasta 1999; con seguridad su precio se habrá elevado a las nubes. Hace una semana Günter salio del refugio. Ninguno de sus hombres sobrevivió al acoso de los merodeadores. Los dos se refugiaron en la bóveda con la seguridad de que nadie podría entrar.
Günter insistió en irse: con un poco de suerte podrían recuperar un vehículo y llegar a Ensenada con tres días de retrazo; o podrían regresar al hoyo dieciocho y reclutar otra tropa para volver a intentar recuperar los tesoros del hoyo siete.
Bill se mostró de acuerdo con lo que quisiera hacer Günter, pero él se quedaba en la bóveda.
“Yo no soy un hombre de acción que pueda vivir constantemente en riesgo de muerte” Había dicho Bill antes de que Günter saliera.
“Pero aquí va a morir”  Le replico el exteniente. “Hace seis meses que estoy muerto, y no me había dado cuenta”.
En la puerta Günter prometió regresar por Bill si no era demasiado tarde, pero Bill decidió no escucharle. Se quedo solo, esperando que algo se acabara, cualquier cosa: el aire, el agua, la comida, las baterías.
Hizo varios intentos de escribir algo a la posteridad, un escrito que se encontrara junto a su cadáver cuando alguien escarbará lo que alguna vez fue su mansión; pero nunca encontró las palabras para empezar.
Decidió que no había nada que pudiera decir de si mismo o del mundo en el que vivió y que había desaparecido. Solo le quedaba lo que en la bóveda había, una tumba sumamente lujosa.
Improviso una cama con revistas, coloco joyas y monedas regadas alrededor, coloco sobre la cabecera el ejemplar de Fortune enmarcado en cristal donde lo nombraban “El hombre del año”.  Se vistió con las ropas mas elegantes que encontró y se acostó, con dos palos de Golf chapeados en oro sobre su pecho en forma de equis.
Así se quedo, esperando la muerte.

Media hora después se giro para poder rascarse la espalda.

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