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VOLVERE


Viernes por la noche. Después del ocaso las luces del alumbrado publico se reflejan en las nubes, que cubren el cielo de la ciudad como una gran sabana, dándole a las calles un tono anaranjado pálido.
Don Carlos Martínez camina rumbo a su casa, con una pequeña bolsa de pan en una mano y el periódico de la tarde en la otra.
Jubilado, trabajo casi toda su vida en los talleres de ferrocarriles nacionales, con esposa y cinco hijos casados, no sabe que hacer con su tiempo; el cual ocupa en una que otra labor doméstica, reparando el refrigerador, la estufa o el televisor, necesite de ella o no.
Se detiene en la esquina a esperar a que el semáforo cambie a rojo para poder cruzar y llegar al edificio donde vive.
Nada en especial a ocurrido el día de hoy; con desinterés mira los coches pasar frente a él.
Reconoce entre todos el automóvil de uno de sus vecinos, un joven ingeniero que vive en el departamento de junto, se ve muy bien vestido, con seguridad va a una fiesta, a divertirse toda la noche.
Sigue su camino rumbo a casa, saca las llaves de su bolsillo, cuando las mete en la cerradura se da cuenta de una pequeña sombra junto a sus pies. Un peludo perro café, Cocker Spainler, se ha sentado junto a la puerta y lo mira esperando que abra; con los ojos vivaces y con la lengua colgando, el animal parece sonreírle.
Carlos reconoce al animal como la mascota de su vecino que recién acaba de ver partir, con seguridad lo dejo afuera al salir. Carlos se da cuenta que esta es la oportunidad que ha estado esperando; abre la puerta y se apresura a subir hasta su departamento. Un momento después regresa con unas rebanadas de jamón en la mano.
Observa que nadie lo vea, deja entrar al perro y le ofrece el jamón, el cual acepta sin recelo. Con el jamón como carnada, Carlos va conduciendo al perro hasta su volkswagen, reserva las últimas rebanadas para lanzarlas dentro del automóvil, el Cocker entra por ellas, tal como lo planeo. Cierra la portezuela del auto y sube de nuevo al departamento, no sin antes verificar que nadie lo ha visto.
- ¡Chayo!- Le llama a su esposa que esta planchando ropa.- Al fin atrapé al perro.
- ¿Cuál perro?- pregunta esta, distraída en su quehacer.
- El perro de junto, vente, vamos a tirarlo.
- Ay, Carlos Enrique, ¿pues que te ha hecho el pobre animal?- Dice Rosario tomando un suéter y saliendo tras de su esposo.
El volkswagen sale de la cochera, da vuelta un par de calles y toma rumbo por una transitada avenida.
Por la ventana de Rosario se asoma la cabeza del perro, se agitan sus orejas y su larga lengua cuelga de su hocico abierto que atrapa la brisa.
- ¿ Acaso ya se te olvidaron todas esas noches que no pude dormir por este fregado animal?.Va discutiendo Carlos con su mujer.
- Pero esas son cosas que hay que saber sobrellevar. - Replica Rosario, le acaricia la cabeza al perro.- Pobrecito Boby, ¿qué va a ser de ti?
- Si, hazle cariños, te interesa más este mugroso animal que mi salud ¿verdad?.
- Exageras Carlos, solo ha ladrado unas cuantas veces.
- Tu no sabes el daño que le hace a mis nervios.
- Y ¿conque cara vas a ver a Emilio ahora que te llevaste a su perro?
- Él tuvo la culpa por dejarlo en la calle.
- Eres incorregible Carlos Enrique, va a ser igual que cuando le cerraste la llave del tinaco a los Ramírez, o cuando le desinflaste las llantas a Guillermo.
- Claro, siempre te pones en mi contra, no te importa que los Ramírez se acabaran el agua todos los días, y que ese Guillermo tapara la entrada con su coche.
- Pero hablando se entiende la gente, te haces justicia pero nunca les das la cara, pareces niño.
El volkswagen se interna en una oscura zona industrial, muy lejana a su colonia. El automóvil se inclina alarmantemente al pasar por baches descomunales y con esfuerzo cruza sobre altos topes por calles con cajas de trailer estacionadas a todo su largo.
- Aquí estará bien. Dice Carlos, estaciona el coche y se baja para dejar salir al perro.
Boby baja a la calle, olisquea el aire y explora el rededor, se va directo a la llanta de un trailer para orinar.
- Bueno, vámonos de aquí.
Quiere arrancar el volkswagen, pero la marcha no funciona, al insistir Carlos, se escucha como si el automóvil se desgarrara; las luces del tablero parpadean y se apagan como si agonizara el automóvil.
- ¿Y ahora que?. Carlos se baja y abre el cofre para revisar el motor.
Rosario espera sentada, sin decir palabra, sabe que la mecánica es materia exclusiva de los hombres y que su opinión solo provocaría irritación.
Carlos no puede localizar la falla, no hay luz para ver, además, aunque no lo admite, nunca ha sabido reparar el automóvil.
Regresa al asiento después de un rato de escudriñar el motor, mover los cables de las bujías y levantar la tapa del distribuidor. Intenta arrancar inútilmente.
Carlos y Rosario permanecen sentados un largo rato, en silencio, pensando cada uno en como salir del aprieto. En la calle no hay teléfono, no hay gente, ni siquiera una luz en alguna ventana donde pedir ayuda.
- Creo que vamos a tener que caminar. Dice Rosario midiendo sus palabras.
Carlos no responde, tan solo abre la portezuela y se sale.
Sin otra alternativa, dejan el volkswagen y empiezan a caminar
de regreso por en medio de la calle, no hay transito ni peatones; tras de ellos va Boby, muy contento, moviendo la cola.
- Esto no habría pasado si fueras más tolerante. Dice Rosario casi como si hablara para si misma; no responde su marido, quien camina enfadado sin mirarla siquiera.
Llegan a una intersección, Carlos toma la calle de la derecha, Rosario dudosa se ha detenido, junto a ella permanece Boby.
- ¿Acaso no llegamos por este lado?. Pregunta Rosario.
- Es por aquí. Responde Carlos sin detenerse.
- Espera, estoy segura que dimos vuelta por aquí.
- Y yo estoy seguro que llegamos por este lado, ¿quieres discutir?.
Rosario reniega, pero sigue a su esposo, que ya le lleva varios metros de distancia.
Boby se queda parado en el mismo lugar, mirando a la pareja alejarse; después de un rato sigue su camino por la calle de la izquierda.
Las cuadras de la zona industrial son largas y monótonas, las banquetas son estrechas y disparejas, el pavimento de las calles esta quebrado por el constante transito pesado.
Un viento frió recorre la calle, un instante después empieza a llover.
Carlos y Rosario se guarnecen bajo uno de los pocos árboles, a pesar de ello las gotas que escurren de las hojas moja sus cabezas y suéteres.
Ambos están enojados y hace buen rato que no cruzan palabra, Rosario esperando que Carlos acepte que se equivoco y que regresen sobre sus pasos; Carlos empecinado en seguir la ruta que escogió a como de lugar.
Después de que la lluvia amaina siguen el camino, hasta que llegan a una larga barda que cierra la calle.
- Bien, ¿ya estas contento?, vamos de regreso.
- No, tiene que ser por aquí.
- Por favor Carlos Enrique, no hay nada por allá, ¿hasta cuando vas ha insistir?.
- Si quieres déjame, yo veré como salgo de aquí.
Caminando a lo largo de la pared, Carlos distingue un agujero en ella, los ladrillos aún están regados alrededor.
- Por aquí, estoy seguro que llegamos a la avenida.
- Espera, no te metas, quien sabe que animales o arañas habrá por allí.
Carlos desoye los ruegos de su esposa, se mete por el agujero agachando un poco la cabeza.
Rosario maldice en voz baja la necedad de su marido, mira el agujero con desconfianza, se acomoda su suéter y muy a su pesar va tras de Carlos.
Es una mañana fresca, las recientes lluvias han limpiado el aire de la ciudad.
Emilio saca su automóvil de la cochera para irse a trabajar. Cuando abre la portezuela para salir se encuentra con Boby, su perro, moviendo la cola con alegría. Emilio toma al animal en los brazos y lo carga, deja que le lama la cara.
Lo había dado por perdido; no se perdonaba haberlo dejado afuera cuando salió, pero ahora todas esas preocupaciones quedan atrás.
- Regreso tu perro.- Dice la señora Ramírez, su vecina, que pasaba por allí.
- Si, regreso solo, es un perrito muy inteligente.
- A propósito Emilio, ¿no sabes algo de los Martínez?, hace días que no los vemos.

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