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NUNCA JUEGUES CON LOS NIÑOS


Tocan a la puerta de la oficina; el director Carlos Rangel levanta la mirada del documento que tiene en las manos, con voz clara y firme dice: - Adelante.
El profesor Manuel Ontiveros entra cabizbajo, toma asiento frente al escritorio del director del Instituto de Educación para Jóvenes Sobredotados.
El director pregunta: - ¿Cuál es el problema profesor?
Manuel sabe que probablemente el director ya lo sepa todo, sin embargo la cortesía le obliga a preguntar.
― Señor: debido a los hechos que acaban de ocurrir en el colegio me he percatado de que no soy la persona adecuada para este trabajo; lo mejor para el instituto es que presente mi renuncia.
El director mira con interés a Manuel, ve su rostro preocupado, su amplia frente surcada por arrugas prematuras, la mirada que esquiva enfrentársele y que se pasea sobre la superficie del escritorio.
― Ya veo; Profesor es usted una persona muy valiosa, estaríamos muy apenados de perderlo.
Conozco los pormenores del incidente, pero me gustaría escuchar su versión, desde el principio.
El principio de la historia; creo que tendría que empezar por el inicio del curso hace algunas semanas. Se me asigno el grupo H-12 del nivel básico; antes de presentarme ante los alumnos
hice todos los ejercicios que indica el procedimiento: olvidar mi pasado, dejar mis
preocupaciones, concentrarme en el presente inmediato; volverme un bloque sólido e impenetrable. Cuando estuve listo entre al salón. Los niños callaron al momento y guardaron silencio mientras tomaba mi lugar; al mismo tiempo sentí sus toques mentales: me estaban examinando, tratando de conocerme; es algo así como si una docena de pequeñas manos tocaran mi cerebro y recorrieran fluidamente cada una de sus circunvoluciones, buscando cualquier cosa de su interés en mis sinapsis.
El grupo era heterogéneo: veinte niños de los siete a los nueve años; todos ellos muy inteligentes y extremadamente receptivos.
Ignore sus intentos por penetrar mi mente. Me presente: los niños más disciplinados se retiraron de mi cabeza de inmediato y pusieron atención a mis palabras. Me percate de la rebeldía de algunos de ellos: insistían en auscultar mi mente; aproveche la ocasión para identificarlos; observe a los alumnos uno a uno directamente a los ojos, su reacción emocional los delataba: bajaban la mirada al mismo tiempo que su toque mental se retiraba. Una vez identificada la forma de leer la mente, particular en cada telépata, no se puede confundir.
De esa forma catalogue a cada uno de los alumnos rebeldes. Pronto me di cuenta que tenía un grupo difícil; los anote en mi lista usando, por supuesto, los ideogramas Meyer: no podía permitir que leyeran mis pensamientos en forma verbal, en cambio los jeroglíficos abstractos les costaría más trabajo descifrarlos.
Pase lista de asistencia: la mayoría de los alumnos contestaron "presente", unos pocos insistieron en contestar en forma telepática; volví a preguntar en voz alta las veces que fueron necesarias hasta que decidieran hablar.
El director le interrumpe: ― ¿Para usted cual es la labor más importante del educador de niños telepáticos?
Manuel piensa la respuesta unos momentos antes de contestar.
La tarea del educador especializado en niños dotados es la de motivarlos a utilizar los medios convencionales de comunicación, sin inhibir sus poderes manifiestos y potenciales; el no hacerlo les provocaría una severa inadaptación social, pues no alcanzarían a comprender que su percepción es distinta al de la mayoría. Por otro lado la educación moral tiene especial importancia, ya que ellos son mucho más perceptivos que los niños normales, tienen mayor capacidad para adoptar actitudes y comportamientos; el desarrollo de un telépata en un ambiente corrupto e inmoral destruiría completamente su escala de valores. Por eso el educador debe ser a la vez un ejemplo viviente de honradez y rectitud.
El director pregunta nuevamente: ― Dígame, ¿Alguna vez a deseado ser un telépata activo?
― Quizás si, un par de veces, pienso que así tal vez podría comprender mejor a esos niños, si pudiera compartir su forma de ver el mundo. Pero sabemos que si fuera, aunque sea minimamente, un telépata activo ― que pudiera leer la mente de los demás o proyectar mis pensamientos― nunca me hubieran dado este trabajo; los perjudicaría mas que ayudarlos.
Me conformo con poder sentirlos.
Regresando a lo de mi grupo: después de un par de semanas logramos bastante confianza, empecé a pensar que tenía el control del grupo.
Por supuesto, seguí sintiendo algunos toques mentales; uno o varios de mis alumnos
persistían en ignorar las reglas; la curiosidad es natural y no puedo reprenderlos por querer explorar sus propios poderes, pero la regla básica es mantener la disciplina y el respeto mutuo.
Tenía mi propia libreta de anotaciones en la que apuntaba cada observación en ideogramas Meyer. Pero me lleve una gran sorpresa cuando encontré al reverso de uno de los exámenes escritos uno de los jeroglíficos, dibujado por el alumno. En la primera oportunidad hable con el niño aparte del grupo: dijo no saber que significaba ese dibujo ― se trata del que indica atraso en el aprendizaje ― y aseguro no saber porque lo había hecho, solo seguía un impulso.
Eso me causo preocupación: si el niño no mentía ― y eso parecía ― entonces otro alumno lo había influido para hacerlo; no solo eso, significaba que ese mismo era capaz de leer mi mente y descifrar el significado de los ideogramas Meyer. No tuve tiempo de actuar en consecuencia.
Durante uno de los descansos hacía anotaciones en mi libreta, ahora en ideogramas Walton, para confundir al que espiaba mi cabeza; cuando una pelota golpeo mi pierna. Levante la vista, uno de los niños se acerco para recoger la pelota, yo se la pase amistosamente.
El pequeño me pregunto: ― ¿No quiere jugar profesor?
Le conteste: ― No gracias. ― Tenía bien clara aquella advertencia: "Nunca juegues con los niños".
Sé que siempre debo mantener la distancia con ellos, no debo permitir que se relaje la autoridad; si acaso llegaran a perderme el respeto, si me colocara a su mismo nivel, cosas muy desagradables podrían ocurrir.
Regrese a mis apuntes, pero solo por un momento; me llego un toque mental y al mismo tiempo un grito: Uno de los alumnos mayores golpeaba al niño pequeño que jugaba con la pelota.
Deje todo y corrí a separarlos; el abusivo se alejo de inmediato, el otro chico lloraba inconsolable. Lo levante, sacudí su ropa y lo senté en mi rodilla; le salía un poco de sangre por la nariz, así que aplique mi pañuelo en la hemorragia; me sentía conmovido por el llanto del pequeño.
Ese fue el momento: el toque mental me encontró con todas las defensas abajo, penetro hasta lo más profundo dejándome indefenso ante los deseos del telépata. Quede paralizado a mitad del patio. Miré alrededor para identificar al agresor; el niño en mi rodilla: las lagrimas habían desaparecido, sonreía, una sonrisa diabólica.
Corrió a la entrada a los salones, todos los demás niños lo siguieron obedeciendo su llamado telepático. Desde mi lugar en el patio escuche todos los disturbios que causaron sin poder hacer nada; inmóvil donde me dejaron. Los doctores fueron por mí después de que el motín fue controlado.

El director camina pensativo alrededor de su escritorio. ― Ya veo. Déjeme decirle que ese muchachito es realmente talentoso, un caso fuera de lo común, bastante indisciplinado pero prometedor; sobre todo ahora que va a recibir una educación aún más especializada.
No debe desmoralizarse por haber caído en la trampa de ese niño en particular, a cualquier otro profesor le hubiera ocurrido lo mismo.
― Lo siento señor, pero ya no tengo suficiente confianza para regresar, puedo volver a
equivocarme.
― No sea tan riguroso con usted mismo, un error lo comete cualquiera.
― Sucede que...
Manuel no puede continuar, el toque mental del director Carlos Rangel lo aprisiona: las tímidas manos de sus alumnos no son nada comparados con el enorme puño que sostiene su cabeza.
― Ahora realmente puede comprender la importancia de nuestra tarea profesor. Imagine un mundo donde personas como yo pueden dominar a su antojo a los demás, imponer su voluntad con un pensamiento.
Manuel recibe una poderosa sugestión hipnótica que Carlos Rangel induce en su mente antes de retirar su toque mental.
― Tiene razón señor director, debo seguir.
― Me alegra su decisión profesor.
Estrechan sus manos. Manuel murmura: ― Muchas gracias.
― No hay de que... fue un placer.

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