Los insectos nocturnos zumban y chirrían entre las
ramas de los árboles en una gran variedad de tonadas. Hacía todas direcciones la luz de la linterna
ilumina los mismos troncos cubiertos de musgo; y la neblina que va deslizándose
entre las ramas, envolviéndolo todo con su aliento helado. Gustavo y Leonor caminan por el sendero,
buscando alguna roca o un arbusto familiar que les indique el camino de regreso
al campamento.
― Tengo frió. ― Se queja Leonor.
― Si, mi amor, ― responde Gustavo, ― yo también, pero
tenemos que seguir moviéndonos hasta encontrar el campamento.
― Estamos perdidos Tavo.
― No te desesperes, no debemos estar lejos.
Cuando Gustavo se alejo para buscar leña, cargo con su
linterna; pero esta fallo cuando traía algunas ramas a no más de cien pasos de
la tienda de campaña y la fogata. Al principio Gustavo pensó que no sería
difícil reencontrar el camino de regreso, pero le sorprendió la rapidez con la que
uno se puede desorientar en la oscuridad absoluta.
Sabiendo que no estaba muy lejos y pensando que entre
mas caminara podría alejarse más, empezó a llamar a Leonor, esperando que al
responderle pudiera orientarse.
Escucho a Leonor que le respondía, y vio la luz de su
linterna; se encontraron en medio del
bosque, después de que ella se alejara a buscarlo al tardar en regresar.
Siguieron el camino que Leonor tomo para buscar a
Gustavo, pero en ese momento, con una brisa helada, una espesa neblina
descendió sobre ellos, envolviéndolos con una pantalla blanca que no les
permitió ver mas allá de algunos metros.
Gustavo intenta
mantener el optimismo, pero sabe tan bien como Leonor que no podrá regresar al
campamento en medio de esta niebla, además es probable que la fogata se haya
apagado por falta de leña en este tiempo que llevan fuera.
― ¿No traes algunos cerillos Leo?
― No, los deje en el campamento, ¿tu tampoco traes?
― Vaya campista que resulté, si tuviéramos cerillos
haríamos aquí mismo una fogata.
― ¿No puedes encenderla con unas piedras o algo así?
― Todo esta mojado alrededor, aunque supiera cómo, no
encendería.
Sus pasos les llevan hasta una cerca de madera.
― ¿Recuerdas estos troncos? ― Pregunta Leonor.
― Para nada, debemos estar ya bastante lejos de la
tienda. Creo que lo mejor será seguir la cerca, a ver si encontramos la
carretera.
Caminan, sintiendo como el frío arrecia. Al dar vuelta
a la esquina, encuentran una vereda; con renovada esperanza se dirigen a ella y
toman una de las dos direcciones al azar.
― ¿Hueles? ― pregunta Leonor. ― Huele a leña, debe
haber alguna casa por aquí.
Siguiendo por el camino encuentran un letrero que
dice:
“Bienvenidos a la cabaña del Lobo, rica barbacoa todos
los fines de semana”.
Entre la niebla, en un claro del bosque, encuentran
una cabaña con chimenea que lanza un humo espeso que se escurre hacia el nivel
del suelo. Por las ventanas se puede ver el resplandor de velas en su interior.
Gustavo y Leonor se dirigen a la puerta, con las manos
y los pies entumecidos por el frío.
Tocan a la puerta, dispuestos a rogar por albergue por
lo que resta de la noche.
Una mujer abre la puerta, y antes de que Gustavo o
Leonor digan algo, les deja pasar, incluso los apresura para que entren antes
de que el frió se cuele al interior.
La pareja entra y tardan unos instantes en darse
cuenta de lo que sucede en el interior.
Una docena de personas sentadas alrededor de la
habitación iluminada con cirios, murmuran entre si, cubiertos con chamarras o
chales oscuros. En el cuarto de al lado esta una caja con la tapa abierta. Es
un velorio.
Sin que nadie les pregunte nada, una señora les acerca
un par de sillas y los ubica en una esquina de la habitación.
Leonor da las gracias, pero se acerca a la chimenea y
extiende sus manos para calentarse.
Gustavo da un vistazo alrededor, se da cuenta que la
habitación es un amplio comedor, un par de puertas abren hacia un jardín
frontal, donde puede ver entre la niebla un columpio. Este era el restaurante que indicaba el letrero
en el camino: “La cabaña del lobo” y el
difunto es...
Leonor se sienta a su lado, intimidada por la extraña
situación.
― Tengo miedo Gustavo.
― No hay nada que temer, mi vida, tan solo es un
velorio.
Pasa el brazo sobre su hombro para abrazarla, y se da
cuenta que la gente lo voltea a ver.
Pensando rápidamente, toma con suavidad la cabeza de
Leonor y la recarga sobre su hombro. Las miradas desaprobatorias se vuelven
compasivas y se desvían.
― ¿Qué te pasa? ― reclama ella.
― Shhh. Solo finge tristeza, nadie espera otra cosa
que un poco de congoja, así podremos quedarnos hasta que amanezca.
Un rato después ofrecieron café con canela en jarros
de barro; tanto Gustavo como Leonor los tomaron con silenciosa satisfacción.
En voz baja los asistentes conversan; Gustavo intenta
escuchar lo que dicen, pero se percata que hablan otomí o algún otro idioma
indígena. Con las señas y el tono en el que habla una señora, deduce Gustavo
que esta narrando las circunstancias por las cuales falleció el difunto.
A lo largo de la noche fueron llegando otras gentes,
algunas fueron hasta la caja a dar un vistazo al difunto y enjugarse las lágrimas
frente a él.
Gustavo sintió la curiosidad de acercarse a mirar,
pero Leonor le detuvo cuando pretendía levantarse. Ella aún miraba con desconfianza a la gente
alrededor.
Las señoras empezaron a rezar, en aquel idioma que se
parece al canto de las aves; poco a poco el sueño los empezó a abrumar, y
aunque hicieron el esfuerzo por permanecer despiertos, terminaron por dormirse,
allí donde estaban, sentados en un rincón del comedor de la cabaña del Lobo.
Cuando despertaron, sobresaltados, la gente dentro de
la habitación se había multiplicado, afuera un grupo de hombres encendieron
antorchas y todo el mundo se levanto de sus sillas.
Respetuosamente vieron como levantaban entre seis
jóvenes la caja para sacarla por la puerta frontal; en el lugar donde estuvo la
caja un hombre dibujo una cruz de cal en el suelo.
La gente salió en procesión detrás de la caja.
― Creo que lo van a pasear por el pueblo antes de
llevarlo al panteón, no debe faltar mucho para el amanecer.
Antes de que salieran de la cabaña Leonor le habla a una
señora que le parece haberla escuchado hablar en español.
― Ay señora, perdónenos por favor, ― Explica Leonor. ―
Estábamos acampando y nos perdimos en el bosque, no teníamos a donde ir más que
aquí.
― ¿Dónde estaban acampando?
― En el valle del castaño. ― Indica Gustavo.
― ¡Juan! ― Llama la mujer: un muchacho se acerca; Le
da instrucciones en aquel idioma.
El muchacho les hace señas de que lo sigan.
― No sabe cuanto se lo agradecemos. ― Le dicen a la
señora, la cual solo levanta la mano y se va tras la procesión.
Siguiendo a su joven guía, Leonor y Gustavo suben una
pequeña loma por una pequeña brecha, en diez minutos se encontraron en el claro
donde acamparon.
El joven se da la vuelta y regresa por el camino por
el que llegaron antes de que le puedan dar las gracias.
Gustavo re-enciende la fogata; se meten a la tienda
para dormir. Rápidamente caen en un
sueño profundo, pero Leonor despierta a Gustavo. ― ¿Escuchas?
Fuera de la tienda se escuchan los pasos furtivos
sobre la hierba de algún animal que merodea alrededor de la tienda.
Los dos permanecen en silencio mientras escuchan
aquello que se va acercando.
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